Café París

in writing •  5 days ago

    Hace un tiempo comencé a escribir un relato. No lo terminé. Hay muchas cosas inconclusas en mi andar, y no sé si pensar en esto como un gran problema que tengo o que simplemente no se terminaron porque no tocaba. Quizás es solo que se tienen que quedar así, o quizás... un día se retomen y finalicen. Aunque no creo que las cosas finalizan algún día. Nunca lo hacen. Están ahí para que las revisitemos o son parte del gran archivo en el que cada cual puede encontrar "algo" útil para su vida.

    Esta fue la fecha en que comencé a escribir el relato Café París.


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    No estaba satisfecha con lo que salía de mis manos (mientras tecleaba), pero entendí que era parte del proceso y cambié un poco mi enfoque. Creé y publiqué un NFT.

    ana ((( creative process )))

    (Unsupported https://nftshowroom.com/embed/nanixxx_mystical-dream_ana)

    Por esos días estaba sintiendo emociones nada placenteras. Ausencia y abandono, por mencionar algo de lo que pude colocar en una lista para su posterior revisión. Todos sentimos cosas así muchas veces, más de lo que deberíamos o querríamos, pero así es la vida, y no podemos lastimarnos más de lo que ya hemos sido lastimados. Hay que ser responsables y soltar. Soltar, por ejemplo, cosas del pasado que no queremos que nos definan.

    Déjame abundar un poco en esto. La cuestión es que existen unas heridas que todo ser humano debe ser capaz de sanar y son esas llamadas heridas del alma o de la infancia.

    • El rechazo y la máscara de retirada.

    • El abandono y la máscara de dependencia.

    • La humillación y la herida masoquista.

    • La traición y la máscara del controlador.

    • La injusticia y la máscara del rígido.

    Más información aquí.

    Lo peor de todo esto es que estas heridas no te permiten ser tú mismo, hasta que no logras sanarlas. No se trata de lo que las personas hagan, sino de tus reacciones y lo que llegas a sentir. Incluso no es tanto lo que llegas a sentir sino cómo logras manejarlo.

    No es un camino fácil este de la sanación.

    Gracias al Universo que es tan activo escuchando y proveyendo cuando uno más lo necesita, llegaron días en los que me pude arropar. Fue aquel viaje a Varadero.

    Estoy convencida de que tengo que hacer las paces con mi niña interior. 😇 Y con Piña también 😅, mi amiga imaginaria. Yo he hablado de esto aquí. Tenía una amiga imaginaria cuando era niña y con ella hablaba mientras jugaba con mis juguetes. Algo preocupante para mi madre... o mi abuela. No sé, no recuerdo quién se preocupaba más. Debe haber sido mi abuela porque con ella vivía.



    Source

    Este video es una joya. A partir del minuto 11:50 se dicen cosas muy reveladoras.

    Aquí comparto también algo a lo que Mario Alonso Puig hace referencia.



    Source

    Ring the bells that still can ring

    Forget your perfect offering

    There is a crack, a crack in everything

    That's how the light gets in

    Y pues... hoy leí de nuevo aquello que escribía y comprendí. No está terminado, son, si acaso, unas cuantas emociones. Pensamientos que se convierten en relatos. Historias de vida, susurros de otras dimensiones, ficción y realidad, realidad y ficción, qué se yo. O sí... creo que sólo ando buscándome.


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    Café París


    Ana

    Voy a buscarte en los recortes de periódicos, en las flores retorcidas de dolor, en los abrazos que faltan y que anhelo. Voy a buscarte porque cuando miro mis pies encogidos en la silla antes de hallar las huellas que dejas en esta pantalla brillante, no es la luz lo que me invade (escribí invida), sino una oscuridad maldita.

    Lo más extraño es que a ratos soy feliz, pero podría tratarse de una felicidad falsa, maquillada. Son momentos en que aparecen las palabras que resuenan conmigo y mis días; incluso algunas de mis travesuras. Imagino que tú también miras los dobleces que tienen mis palabras y es como si caminaras por una verde pradera probándote anillitos de hojas y flores.

    Este no, este sí… no. Me los llevo todos. Y cierras los ojos y suspiras.

    Te observo y agonizo porque quiero tocarte. Sueño despierta y trato de conservar ese instante, como si tuviera los controles del tiempo. Me gusta enlentecer el tiempo. Allí sí puedo tocarte. Solo un poco, un roce nada más, pero te siento en la punta de mis dedos y tengo permiso para darte placer.

    Palabras escritas sobre papel artesanal, impregnado de pequeñas flores y finísimas hebras de hilos rojos, verdes y azules.

    Las escribe una muchacha azul.

    Está allí de pie con el papel medio doblado o estrujado, pegado al pecho. Sus manos sujetan un sueño. Escribe a una chica sin rostro, sin voz, a uno de esos amores de silencios. Por eso Ana a veces cae en la trampa del vacío y no es hábil para tratar a unas tercas visitadoras que andan siempre en tándem: la tristeza y la soledad.

    Un día decidió no abrirles más la puerta, pero se dio cuenta de que es peor. Se quedan allí en el descansillo como dos viejas chismosas y no paran de cotorrear. Entonces es mejor que pasen.

    Enseguida las ves dispuestas. Buscan el mejor asiento de la casa y no puedes decirles nada porque te miran como si tuvieran en los ojos unas gomas de borrar tan ágiles que solo les toma un segundo dejar la página en blanco. Son miradas muy peligrosas y a la vez… dan lástima. Te sorprendes porque no hablan, pero inundan todo con frío y llanto.

    Donde se encuentren esos seres, el agua salada subirá y subirá sin parar. Es un agua porosa y a la vez espesa. Cuando ya no da pie, Ana se acuerda de las ventanas.

    Tiene que nadar. Ir hacia las ventanas, abrirlas, gritar, que el agua salga por las ventanas y por la puerta también. Ahí siente que la casa la escupe. Y ya no están dentro de la casa la tristeza y la soledad, y Ana se ve toda mojada y ojerosa, en la arrulladora realidad de su patio.

    No le queda más remedio que dar gracias porque tiene ese patio y el cielo y todo.

    Más tarde se preguntará por qué vive en una isla también rodeada de agua y para qué he venido a este mundo? ¿Para qué?

    El papel se balancea sobre la brisa atardecida y cae y cae…


    Gema

    Gema no tiene un patio ni la visitan damas vetustas y roñosas. Gema canta y dibuja y tiene hijos y un marido. Ella siempre habla de su marido. Está tan orgullosa de él que se olvida de ella misma. Se olvida de lo maravillosa que es, y se olvida también de que posee una inteligencia sublime.

    Hay mujeres que viven para sus maridos y son felices así, le dijo Ismael a Ana.


    Ismael

    Ismael tiene un novio de lo más lindo. Viven en una casita pequeña, pero muy confortable, y son tan buenos anfitriones que da gusto visitarles.

    El novio de Ismael es azul como Ana. Un día le contó que también escribía papeles al chico de sus sueños y aunque luego acababan en la basura, en el momento de escribirlos se sentía feliz y realizado. Como si ya estuviera junto a su media naranja. Una noche conoció a Ismael. Fue en junio, en una fiesta en una playa de arenas blancas y finas, fue justo a la orilla del mar. Música electrónica, fogata y un Dj que se hacía llamar Tiburón.


    Amigos

    Ana e Ismael esperan en un café a Gema. Ella siempre demora porque tiene que hacer todo lo de la casa, trabajar en la calle, y también ocuparse de sus hijos.

    Ambos piensan en lo mismo. El marido de Gema… es un tipo ocupado.

    Media hora después ven a Gema entrar al Café y aproximarse rápidamente a la mesa.

    París, así se llama el café. En el exhibidor se puede ver gran variedad de "cosas ricas" como croissants, éclairs, macarons, kouignettes, pain au raisins, petits choux, pain au chocolat… las pasas son la debilidad de Gema. En dos minutos la orden está lista: tres cafés fríos de vainilla, unos cuantos macarons y el pancito con pasas y chocolate para Gema.

    Se aprietan fuerte las manos y se miran a los ojos en silencio pero con una alegría y una calidez que contagia varios metros a la redonda.

    Hoy Gema está ojerosa. Se disculpó por el pequeño retraso y les contó que dejó a su madre al cuidado de los niños antes de venir porque su marido está viendo el fútbol con sus compañeros de trabajo.

    En el Café París los amigos tienen un refugio y más aún, comprensión.



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