—¿Pasa algo? —preguntó Buck con sorna. Negué con la cabeza.
Detrás de él, Anmar me ofreció una barra de hierro larga y brillante, con una punta filosa. Su cara era mucho más oscura, a causa de su frondosa cabellera y sus dientes, quizás por un efecto de luces y sombras, me parecieron largos y filosos como los de un animal.
—Esta vez tú harás los honores —gritó Viktor desde el fondo, lanzando la sal al fuego para oírlo crepitar—. ¿Sabes lo que tienes que hacer? —preguntó con ironía. Yo asentí. Estaba decidido a cumplir con sus exigencias.
Fui el último en entrar al círculo, así que me tocaba iniciar el famoso rito.
Al son de gritos y fanfarrias, agarré la porción de carne y la clavé sobre la barra. Cuando la puse al fuego, el olor a orégano y ajo infectó el ambiente. Todos celebraron al unísono levantando las botellas de cerveza para brindar. La parrillada del fin de semana por fin había comenzado.
R. . E. Traviezo