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El emperador V'kar de los Diez Planetas suspiró hondamente mientras escuchaba los informes de su consejero, el Gran Visir Aoud Ame'd.
El asunto era más complicado de lo que pensaba. La decisión que tomase a partir de los informes de su visir podría marcar un hito en la historia de su casa, los Ismenos, a la vez que causaría una crisis política sin precedentes. Por desgracia, V'kar sabía que no había otra salida: debía elegir un heredero. Y pronto, si no quería pasarle la corona a su primo, Khan Al-Pech.
Siendo honesto consigo mismo, ninguno de los candidatos propuestos por el Consejo le convencía. De hecho, su visir le dijo que debía considerar el matrimonio como una segunda solución alternativa, de modo que los candidatos del Consejo podrían ser contemplados también como futuros consortes junto con las hijas de los terratenientes del imperio.
Mientras el emperador se sumía en sus pensamientos, el visir lo observaba con preocupación. Al igual que su señor, consideró que los candidatos del Consejo no tenían la educación necesaria para sobrellevar los asuntos de gobierno, por lo que deberían ser descartados como herederos y futuros consortes. En cuanto a los terratenientes, el matrimonio con la hija de uno de ellos podría ser lo ideal en cuanto a procurar la estabilidad política del imperio; no obstante, para el emperador eso significaría ceder a la petición de éstos de otorgarles un mayor poder político, demanda que el emperador no estaba dispuesto a acceder.
Entonces quedaban dos últimas opciones.
La primera sería contraer matrimonio con alguien proveniente de alguna casa real fuera de la galaxia conocida. Una tarea complicada, dado que se necesitarían años y recursos para llevar a cabo una investigación minuciosa para dar con la persona ideal para el emperador.
La segunda opción quizás era la solución final del problema: declarar el Imperio de los Diez Planetas nulo. Es decir, convertirlo en un Conglomerado o una República Conjunta. V'kar era particularmente partidario de esta última opción, y estaría más que dispuesto a convertir el imperio en una república si no se contemplara la posibilidad de una guerra civil.
"A menos...", murmuró de pronto el visir.
Levantándose de su asiento, el ministro se acercó hacia la ventana. El Sol de Amarna empezaba a ocultarse en el horizonte, bañando la ciudad con los colores anaranjados del atardecer. Semejante vista pareció infundirle valor suficiente para volverse hacia el emperador y decirle estas palabras: "Hay un hombre, a quien le dicen El Viajero. Lo conocí en Trecén hace unos días, en casa de una de las criadas de mi hermana. Un tipo simpático, de belleza exótica; muy inteligente y de agudo pensamiento. Es evidente que proviene de una buena familia, dada la alta educación que ha recibido en el campo de la política".
"Uhmmm... Ya veo... ¿Lo propones como consorte, como heredero o ambos?", preguntó el emperador, interesado.
"Dudo mucho que le interese el matrimonio con los de su mismo sexo, aunque no tiene ningún inconveniente con ello. Si bien tiene muy buena pinta como heredero, desafortunadamente él mismo me dijo que opta por mantenerse fuera de la política. No obstante, podríamos proponerle la situación y pedirle su opinión. Muchas veces la visión de alguien ajeno a los asuntos del poder puede ser tan útil como la de alguien involucrado en la política".
El emperador reflexionó las palabras de su ministro por un momento. No estaba mal la proposición de su ministro de escuchar una voz ajena al mundillo en el que se desenvuelven; quizás le proponga una opción mucho mejor que las que tenía en mente, una alternativa que pueda al menos mantener al Imperio unido o, en su defecto, garantizar la paz como República.
"Haz los preparativos, Aoud. Iremos a Trecén", determinó.
"¡Oh!, eso no será necesario. Él está en mi casa en estos momentos".
