El Gran Hotel Majestic se alzaba imponente sobre la costa, un gigante de piedra gris que miraba al mar con un millón de ojos vacíos: sus ventanas. En su interior, un laberinto de habitaciones y pasillos guardaba un siglo de historias, susurradas en el crujir de la madera y el eco de pasos silenciosos. Abandonado por décadas, el Majestic era un imán para los curiosos, atraídos por la promesa de misterio y escalofríos.
Fue esa promesa la que condujo a Lena, una joven fotógrafa, hasta las puertas del hotel. Armada con su cámara y una linterna, buscaba capturar la decadencia melancólica del lugar, la belleza de lo olvidado. El aire se espesó al cruzar el umbral, cargado de un silencio denso y expectante. El polvo danzaba en rayos de luz que se colaban por las grietas en las paredes, revelando muebles cubiertos con sábanas blancas, como fantasmas dormidos.
Lena exploró el hotel, cada habitación un retrato de abandono. En una suite, encontró un piano de cola, sus teclas amarillentas cubiertas de partituras descoloridas. Lo tocó, arrancando una melodía triste y trémula que pareció flotar en el aire, negándose a desvanecerse. Un escalofrío recorrió su espalda, la sensación de no estar sola.
Las sombras se alargaban a medida que el sol descendía, y con ellas, crecía la inquietud en el corazón de Lena. En el espejo polvoriento de un tocador, le pareció ver una figura pálida observándola desde la oscuridad del pasillo. Giró, pero no había nadie.
Decidió marcharse, pero los pasillos del hotel parecían cambiar a su alrededor, guiándola en círculos, atrapándola en un laberinto sin salida. Las risas de niños, tenues y burlonas, resonaron a lo lejos, pero cuando se acercaba al sonido, se desvanecían. El pánico comenzó a apoderarse de ella.
En la oscuridad, Lena chocó con algo. Una figura alta y espectral, con un vestido blanco que ondeaba como niebla. Un rostro pálido, de ojos hundidos que brillaban con una luz fría, la miró con una tristeza infinita. Lena retrocedió, gritando, pero el sonido se ahogó en la garganta. La figura se acercó, extendiendo una mano esquelética hacia ella.
Lena cerró los ojos, esperando el toque helado... pero no llegó. Abrió los ojos y la figura había desaparecido. Sola en la oscuridad, rodeada por el silencio expectante del hotel, Lena entendió que el Majestic no la dejaría marchar fácilmente. Había despertado algo en su interior, algo que la llamaba, la atraía hacia la oscuridad.
Corrió hacia la salida, tropezando en la oscuridad, desesperada por escapar. Logró salir justo cuando la luna se asomaba en el horizonte, bañando el hotel con una luz plateada. Al mirar atrás, Lena vio la silueta de la mujer pálida en una ventana del último piso, observándola con una mirada triste, llena de anhelo. La figura se desvaneció, pero Lena sabía que no era una despedida, sino una promesa: volvería. El Gran Hotel Majestic la aguardaba, y ella, sin saberlo, ya le pertenecía.
The Majestic Grand Hotel stood imposingly on the coast, a giant of gray stone that looked out to sea with a million empty eyes: its windows. Inside, a labyrinth of rooms and hallways held a century of stories, whispered in the creaking of wood and the echo of silent footsteps. Abandoned for decades, the Majestic was a magnet for the curious, drawn by the promise of mystery and chills. It was that promise that led Amelia, a young photographer, to the doors of the hotel. Armed with her camera and a flashlight, she sought to capture the melancholic decadence of the place, the beauty of the forgotten.
The air thickened as we crossed the threshold, charged with a dense and expectant silence. The dust danced in rays of light that filtered through the cracks in the walls, revealing furniture covered with white sheets, like sleeping ghosts. Lena explored the hotel, each room a portrait of abandonment. In a suite, he found a grand piano, its yellowing keys covered with faded sheet music. He played it, bringing out a sad, tremulous melody that seemed to float in the air, refusing to fade. A shiver ran down her spine, the feeling of not being alone. The shadows lengthened as the sun descended, and with them, the uneasiness in Lena's heart grew. In the dusty mirror of a dressing table, she thought she saw a pale figure watching her from the darkness of the hallway.
He turned, but there was no one. She decided to leave, but the hotel hallways seemed to change around her, leading her in circles, trapping her in a maze with no way out. The laughter of children, faint and mocking, echoed in the distance, but as he approached the sound, they faded. Panic began to take over her. In the darkness, Lena bumped into something. A tall, spectral figure, in a white dress that billowed like mist. A pale face, with sunken eyes that shone with a cold light, looked at her with infinite sadness.
Lena recoiled, screaming, but the sound choked in her throat. The figure approached, extending a skeletal hand towards her. Lena closed her eyes, waiting for the icy touch... but it didn't come. He opened his eyes and the figure had disappeared. Alone in the darkness, surrounded by the expectant silence of the hotel, Lena understood that the Majestic would not let her go easily. She had awakened something inside her, something that called her, drew her into the darkness.
She ran toward the exit, stumbling in the darkness, desperate to escape. He managed to leave just as the moon peeked over the horizon, bathing the hotel in a silvery light. Looking back, Lena saw the pale woman's silhouette in a top-floor window, watching her with a sad look, full of longing. The figure faded away, but Lena knew it wasn't a goodbye, but a promise: it would return. The Grand Majestic Hotel was waiting for her, and she, without knowing it, already belonged to it.