
Fuente
Era la hora suspendida,
esa que no cabe en relojes ni calendarios.
La luz suave y huidiza
dibujaba un contorno perfecto en tus mejillas.
Tus ojos, dos abismos de estrellas,
me miraban como si el universo
fuera un secreto compartido entre nosotros.
Tu voz, ¿cómo describirla?
Era el eco de una melodía nunca escuchada
pero siempre conocida.
Yo, perdido en la geometría de tus dedos,
en el vaivén de tu risa,
era más yo que nunca.
Nos fundíamos en un instante sin tiempo,
en un amor tan absoluto
que el mundo desaparecía,
dejando solo el latir de un corazón compartido.
Tocarte era tocar la eternidad,
cada caricia un poema,
cada susurro una revolución.
No sabía quién eras,
pero en tu mirada me vi reflejado,
como si hubieras habitado en mí desde siempre.
Era mutuo, lo sentía,
como si nuestras almas hubieran firmado un pacto
mucho antes de que el sol aprendiera a brillar.
Y entonces, lo impensable.
Tu figura comenzó a desvanecerse,
como arena entre los dedos.
Intenté sostenerte, aferrarme a tu esencia,
pero eras humo, eras niebla,
un soplo de viento escapando de mis manos.
"Espera", quise gritar,
pero mi voz fue eco perdido en el vacío.
Abrí los ojos, y el mundo real
me recibió con su peso de gravedad.
El frío de las sábanas me erizó la piel,
y en mi pecho un hueco,
un abismo donde antes estuvo esa plenitud.
¿Era un sueño?
¿O un recuerdo arrancado de otra vida?
Me quedé inmóvil,
tratando de descifrar el enigma.
¿Eras tú una sombra de mi otro yo,
un reflejo del multiverso,
una proyección de lo que nunca tuve?
El vacío se sentía tan real como el amor,
y en mi mente regresaban tus ojos,
tu risa, tu tacto.
Era un sueño, sí,
pero más real que mis días despiertos.
Y mientras el sol asomaba tímido,
me pregunté si, en algún rincón del cosmos,
tú también habías soñado conmigo.