La primaria la estudié completa en la ciudad de Maracay, Venezuela. Recuerdo que cuando estaba en quinto grado, justo como en esta época, llegaron las vacaciones escolares y mamá pegó el grito al cielo. Tener a ese muchachero metido en la casa era para locos. ¡Pobre, mi mami! La recuerdo sentada en el pantry de la cocina, llorando y bebiendo doble dosis de valeriana ligada con té de lechuga y antialérgicos. Papá, muy considerado él, decidió que los más incontrolables los podía llevar para el negocio y así ayudar un poco y aliviar a mamá.
Para Luis y para mí, eso fue una gran noticia que nos emocionó y nos llevó a la pregunta: ¿en qué podíamos ayudar si éramos unos niños?
Llegó el día y nos fuimos con papá. Estando en el negocio, en la oficina, papá nos dio las instrucciones. Debíamos ser sus espías. Nuestro trabajo era pillar a todo aquel que quisiera tomar lo que no era suyo e informarle. Eso de ser agentes secretos, policías encubiertos más que un trabajo era un juego emocionante. Fueron muchas navidades jugando/trabajando. Pero lo mejor de todo fue que nos pagaban. Nuestros servicios eran recompensados y esto nos llenaba de alegría y motivación.
Luis y yo amábamos las fechas de vacaciones, sobre todo las de Navidad. Se ganaba buena plata y comíamos cualquier cantidad de dulces, exquisiteces y bebíamos mucho refresco.
Cuando nos dimos cuenta, ya éramos los dueños, o, mejor dicho, los hijos del dueño. Todos nos respetaban y nadie se equivocaba. En nuestro currículum estaba anotada la cantidad de choros sorprendidos y hasta empleados mal portados. Las navidades y demás fechas de celebración en el año eran días de trabajo, días de vender, días de llegar tarde y cansados a casa. Pero contentos por haber contribuido con la familia.
Cuando llegaron mis hijos, me encargué de que eso no sucediera. Deseaba que disfrutaran sus vacaciones y por ello buscaba coincidir mis vacaciones con las de ellos. Mis hijos siempre obtuvieron buenas notas, ese era su trabajo; por lo tanto, la recompensa debía ser algo monumental.
Al comenzar diciembre, se montaba el pesebre y el árbol, se preparaban las hallacas, las tortas y el dulce de lechosa. Al estar todo listo, nos íbamos para la playa. Las hallacas se quedaban en el congelador, nuestra comida de Navidad era frutos del mar. ¡Qué vida más divina! Las hallacas las comíamos al regresar en enero.
Por lo tanto, yo Navidad fue de trabajo y mucho después la playa. En esos yo, la pasé muy bien, la diversión nunca estuvo ausente.
Desde la pandemia, ese yo Navidad desapareció. Los hijos crecieron, los divorcios se multiplicaron y en modo solitario no abundan las ganas de estar por allí danzando. Ahora se trabaja de forma virtual y se hacen algunas que otras visitas presenciales a algún cliente. Realizo visita a mis hermanitos, pero lo mío es estar con soledad. Descubrí que mi almohada, mi cobija azul y unas cuantas buenas películas me hacen sentir muy bien con mi Navidad. Eso sí, la despensa y la nevera deben estar hasta los tequeteques. Ya no coloco pesebre, ni árbol. Eso es un fastidio, sacarlo y después guardarlo en febrero. Mejor que se queden en sus cajas. Aunque creo que aquí no están, tengo rato que nos lo veo.
Mi yo Navidad está quieto, está en paz, lleno de serenidad, con toques de emoción cuando se hace la reunión familiar de forma virtual, sobre todo con aquellos que están lejos. Eso lo hacemos los 24 y 31 de diciembre a las 8 pm hora de Venezuela.
Mi yo Navidad, es Netflix, Disney plus, Paramount, HBO. Juntos, la pasamos muy bien.
¡Felices fiestas!
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Contenido original, escrito para:
¿Quién soy? Mi yo navideño por @damarysvibra.
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La imagen del espía fue obtenida en los elementos de CANVA.
La imagen de la cobija azul fue obtenida en Freepik.
Es mi responsabilidad compartir con ustedes que, como hispanohablante, he tenido que recurrir al traductor Deepl para poder llevar mi contenido original en español al idioma inglés. También, hago constar que he utilizado la herramienta de revisión gramatical Grammarly.
Caracas, 10 de diciembre del 2024
English
I went through elementary school in the city of Maracay, Venezuela. I remember that when I was in fifth grade, just like this time of the year, school vacations arrived and my mother screamed to the sky. Having that boy in the house was crazy, poor mommy! I remember her sitting in the kitchen pantry, crying and drinking a double dose of valerian laced with lettuce tea and allergy medicine. Dad, very considerate of him, decided that he could take the most uncontrollable ones to the store to help a little and relieve Mom.
For Luis and me, that was great news that excited us and led us to the question: how could we help if we were children?
The day came and we left with Dad. While we were in the business, in the office, Dad gave us instructions. We were to be his spies. Our job was to catch anyone who wanted to take what wasn't his and report back to him. Being secret agents, and undercover cops, was more of an exciting game than a job. It was a lot of Christmas playing/working. But best of all, we got paid. Our services were rewarded and this filled us with joy and motivation.
Luis and I loved the vacations, especially Christmas. There was good money to be made and we ate several sweets, and delicacies and drank a lot of soda.
By the time we realized it, we were the owners, or rather, the owner's children. Everybody respected us and nobody was wrong. In our résumé was written down the number of surprised choros and even misbehaved employees. Christmas and other celebration dates in the year were days of work, days of selling, and days of arriving home late and tired. But happy to have contributed to the family.
When my children arrived, I made sure that didn't happen. I wanted them to enjoy their vacations, so I tried to coincide my vacations with theirs. My children always got good grades, that was their job; therefore, the reward had to be monumental.
At the beginning of December, we would set up the site of the Child God and the tree, and prepare the hallacas, cakes, and other sweets. When everything was ready, we would go to the beach. The hallacas stayed in the freezer, our Christmas food was seafood. What a divine life! We would eat the hallacas when we returned in January.
So, Christmas for me was work and much later the beach. In those me, I had a great time, fun was never absent.
Since the pandemic, that me Christmas disappeared. Children have grown up, divorces have multiplied and in solitary mode, the desire to be out there dancing is not abundant. Now we work virtually and make the occasional face-to-face visit to a client. I visit my siblings, but my thing is to be alone. I find that my pillow, my blue blanket, and a few good movies make me feel good about my Christmas. Of course, the pantry and the fridge must be full to the brim. I don't put up a manger or a tree anymore. That's a hassle, taking them out and then putting them away in February. Better they stay in their boxes. Although I don't think they are here, I haven't seen them for a while.
My Christmas self is quiet, peaceful, and full of serenity, with touches of emotion when the family reunion takes place virtually, especially with those who are far away. We do that on December 24 and 31 at 8 pm Venezuela time.
My Christmas self is Netflix, Disney Plus, Paramount, and HBO. Together, we have a great time.
Happy Holidays!
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The original content was written for:
Who am I? My Christmas self by @damarysvibra.
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The image of the spy was obtained from CANVA elements.
The image of the blue blanket was obtained from Freepik.
Caracas, December 10, 2024
It is my responsibility to share with you that, as a Spanish speaker, I have had to resort to the translator Deepl to translate my original Spanish content into English. I also state that I have used the grammar-checking tool Grammarly.