Desconocidos sin miedo a tropezar, esperando la verde, rebeldes a lo que pueda pasar, directos, en dirección al vacío, pero también llenos de seguridad que los amarres se sueltan solos si hablamos de volar, y las cadenas que eran surcadas desde los ojos de otros, fingen ser real, tienen alma de metal y -¿qué importa?- , pregunta el deseo, ese que viaja confiado dando el sí a morir, que nada sin radar, que aprieta las manos en busca de algo más, provocando el orgasmo arropado, desnudando el sentido con solo un roce verbal y ese todo que a la vez no es tanto termina siendo la primera cita oficial.
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