The face of faith
"What took you so long to come?" -she said after taking my sister's pulse and palpating her body. As he examined her, his head made negative movements that signaled that what he was seeing, feeling or hearing was not good. Then she looked straight at me and kept silent, trying to communicate with me without words: she wanted my sister not to hear, not to know what was happening to her. My sister was very weak because she had lost a lot of blood.
After taking the blood sample, I went back to the room. My sister was lying down and another specialist, a very nice old man, was checking her. After instructing us to order an emergency transfusion, he asked:
"Do you believe in God?" -We, my sister and I, nodded, “Well, then pray a lot, ask God. Sometimes we doctors need help". -He said with a smile and left. My eyes clouded over because I didn't know what that meant, or maybe I did, and I couldn't believe that the only thing that could save my sister was to pray. It wasn't medicine, it wasn't an operation, it was prayer. What kind of doctor was that? I was about to say something, when my sister's hand took mine and calmly said to me:
"Let's pray, sister" - and we began to pray.
"As long as she doesn't stop bleeding, we can't do anything,” the doctors said and passed her by without touching her. My sister was wasting away in extreme pallor, though her hands remained in prayer:
"Remember that we must ask God for His will to be done",_ my sister would say to me almost breathlessly, and I would accompany her in her pleas for a speedy healing.
I would arrive at 6 o'clock in the morning at the hospital and leave at 2 o'clock in the afternoon when someone would arrive to relieve me, but one day, while I was helping to clean my sister, a very kind lady arrived and immediately when she saw my sister, she said to her:
"Can I pray for you?" My sister said yes and the woman opened the Bible and began to tell her the story of a woman who she said had been bleeding for years and when she touched the robe of Jesus, she stopped bleeding:
"Have faith that God is going to heal you",_ she told him with a certainty that my sister and I applauded and said:
"Amen, amen, amen, amen" - From that day on, we clung to those words like a life preserver: God was with us.
"A week ago she came in with a hemorrhage. We have to do a biopsy to see what she has and to be able to operate. But as long as she is bleeding they can't do the biopsy and no matter how much medication they have given her, the bleeding won't stop".
She listened and then like an angel, she assured:
"Tomorrow we are going to do the biopsy. Just pray to God that tomorrow morning you wake up without bleeding. I will come at 7 a.m. just for that. What's more, since it's nothing, I'm the one who will operate on you when the test results come back. Have faith,” she said in a kind voice and left.
When we left the hospital and my sister gave gifts to the nurses and doctors who had treated her, she asked for the old man who had treated her the first day. No one knew who he was and no one had seen him: no elderly doctor worked on that floor. My sister and I looked at each other's faces, silent, smiling, aware of the miracle.
All images are free of charge and the text is my own, translated in Deepl
Thank you for reading and commenting. Until a future reading, friends
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El rostro de la fe
Mientras corría bajando las escaleras para llevar la muestra de sangre al laboratorio para el examen de hemoglobina de mi hermana, retumbaban en mis oídos las palabras de la ginecólogo:
_¿Por qué tardaron en venir? –dijo luego de tomarle el pulso a mi hermana y palpar su cuerpo. Mientras que la examinaba, su cabeza hacía movimientos negativos que señalaban que no era bueno lo que veía, sentía o escuchaba. Luego me miró de frente y guardó silencio, intentando comunicarse conmigo sin palabras: quería que mi hermana no escuchara, que no se enterara de lo que estaba pasando con ella. Mi hermana estaba muy débil porque había perdido mucha sangre.
Luego de llevar la muestra de sangre, volví a la habitación. Mi hermana estaba acostada y otro especialista, un anciano muy amable, la revisaba. Después de darnos instrucciones para pedir una transfusión de emergencia, preguntó:
_¿Ustedes creen en Dios? –nosotras, mi hermana y yo, asentimos- Bueno, entonces oren mucho, pídanle a Dios. A veces los médicos necesitamos ayuda. –expresó con una sonrisa y se marchó. Los ojos se me nublaron porque no sabía lo que significaba aquello, o tal vez sí sabía, y no podía creer que lo único que podía salvar a mi hermana era orar. No era un medicamento, no era una operación, sino orar. ¿Qué tipo de médico era aquel? Iba a decir algo, cuando la mano de mi hermana tomó la mía y tranquilamente me dijo:
_Vamos a orar, hermana –y comenzamos a rezar.
Fue así como la oración se convirtió en la actividad diaria de aquella habitación, en el primer alimento de mi hermana al despertar y en el último antes de acostarse. Sin embargo, mi hermana seguía sangrando y aunque le hicieron varias transfusiones, su hemoglobina seguía bajando.
_Mientras que no deje de sangrar, no podemos hacer nada –decían los médicos y pasaban de largo sin tocarla. Mi hermana se consumía en una palidez extrema, aunque sus manos permanecían en un rezo:
_Recuerda que debemos pedirle a Dios que se haga su voluntad –me decía mi hermana casi sin aliento y yo la acompañaba en sus ruegos por una pronta sanación.
Yo llegaba a las 6 de la mañana al hospital y me iba a las 2 de la tarde cuando llegaba alguien que me relevara, pero un día, mientras ayudaba asear a mi hermana, llegó una señora muy amable e inmediatamente que vio a mi hermana, le dijo:
_¿Puedo orar por ti? Mi hermana le dijo que sí y la mujer abrió la biblia y comenzó relatarle la historia de una mujer que según había tenido años botando sangre y cuando tocó el manto de Jesús, dejó de sangrar:
_Ten fe que Dios va a sanarte –le dijo con una certeza que mi hermana y yo aplaudimos y dijimos:
_Amén, amén, amén –A partir de ese día, nos aferramos a aquellas palabras como a un salvavidas: Dios estaba con nosotros.
A la semana de estar en el hospital y aun con mucho sangrado, mi hermana y yo estábamos en la habitación cuando un grupo de médicos pasaron por el frente de la habitación, sin mirar ni siquiera para adentro. Ya estábamos acostumbradas a aquello, pero esta vez, una doctora, se salió del grupo y entró a la habitación. Preguntó cuál era la situación de hermana y nosotras le relatamos:
_Hace una semana llegó con una hemorragia. Hay que hacer biopsia para ver qué es lo que tiene y poder operar. Pero mientras esté sangrando no pueden hacer la biopsia y por más medicamentos que le han puesto, el sangrado no para.
Ella escuchó y luego como un ángel, aseguró:
_Mañana te vamos a hacer la biopsia. Eso sí, ruégale a Dios que mañana amanezcas sin sangrado. Yo voy a venir a las 7 de la mañana solo para eso. Es más, como no es nada, yo soy la que te va a operar cuando lleguen los resultados de los exámenes. Ten fe –expresó con voz amable y se marchó.
Y Como si la fe fuera algo que pudiéramos cargar para arriba y para abajo, como un llavero o una cadenita, mi familia, mi hermana y yo nos pusimos la fe de mochila y nos vestimos con ella. Y después de eso, como si las palabras tuvieran poder y por fin Dios nos hubiese escuchado, comenzaron a suceder todas las cosas a nuestro favor: mi hermana, al día siguiente, ya no sangró y pudieron hacerle la biopsia y luego del resultado de la biopsia, que resultó ser un gran mioma, fue operada.
Cuando salimos del hospital y mi hermana les hizo regalos a las enfermeras y a los doctores que la habían atendido, preguntó por aquel viejito que la había atendido el primer día. Nadie sabía quién era y nadie lo había visto: ningún médico anciano trabajaba en aquel piso. Mi hermana y yo nos vimos a la cara, calladas, sonrientes, conscientes del milagro.