Durante mucho tiempo creí que la personalidad era algo parecido al color de los ojos o a la textura del cabello, cosas nuestras que no podemos cambiar puesto que responden a patrones genéticos impresos a fuego en nuestra biología.
Estaba convencido que si mi temperamento era reservado, taciturno y con tendencia a la melancolía, no había nada que hacer, estaba condenado a vivir con eso hasta el fin de mis días. Pero luego de muchas lecturas, largas horas dedicadas a la reflexión y la palabra oportuna de unos cuantos amigos, fui comprendiendo que el asunto no era así.
En realidad eso que llamamos personalidad es en el fondo una imagen que formamos en función de lo que hemos escuchado sobre nosotros. Quizá desde niño nos dijeron que éramos de tal o cual modo, a la gente le encanta inventar etiquetas para referirse a los demás, nos repetían hasta el cansancio la misma conclusión, este muchacho es esto o este muchacho es aquello...
De tanto escuchar aquellas sentencias nuestro cerebro acabó por creérselo y lo que decían de nosotros se instaló en nuestra mente como verdades incuestionables que orientaban la manera de comportarnos.
Aprendimos a comportarnos de acuerdo a esos patrones de pensamiento, los reforzamos una y otra vez hasta que se volvieron automáticos. A partir de allí nuestras respuestas se volvieron muy parecidas, lo que confirmaba que en realidad éramos así. Sin darnos cuenta quedamos atrapados en una especie de bucle en el que no teníamos salida.
Sin embargo, lo importante a destacar es que todos esos procesos ocurrieron en nuestro cerebro, al final de cuentas no son más que ideas, pensamientos y creencias.
Si lo meditamos bien podemos llegar a la conclusión que tal como se instalaron se pueden remover y hasta cambiarse por otros distintos… Esto sin duda es una gran noticia porque nos abre la posibilidad de la reconciliación…
Durante mucho tiempo fui reo de un exceso de severidad conmigo mismo. Un ansia de perfección dominaba todas mis actuaciones, me era muy difícil lograr una satisfacción plena, siempre pensaba que debía haber alguna forma de poderlo hacer mejor. Esa actitud tenía la virtud de impulsarme a sacar lo mejor que había en mí, pero al mismo tiempo era extremadamente desgastante. Y lo peor, limitaba la posibilidad de valorar mis méritos.
Paso a paso fui entendiendo que la severidad era un gran estorbo. Además de que no me hacía sentir bien, también limitaba mis relaciones con el mundo. Me di cuenta que debía dar un paso para ver las cosas de una forma más ecuánime, más ponderada, que me permitiera apreciar la realidad de manera más flexible.
A veces, cuando pienso en estas cosas, en todos los errores cometidos por andar por la vida mirando con los ojos de la severidad, siento un poco de vergüenza. Es algo fugaz pero lo suficientemente fuerte para ponerme en alerta, para indicarme que en ese pensamiento hay una vuelta a lo mismo, porque es desde la misma severidad que uno puede avergonzarse por no haber hecho las cosas de otro modo.
A estas alturas creo que lo más importante es reconocer que los errores siempre están a la vuelta de la esquina, que incurrir en ellos no tiene porque ser una tragedia, que nadie está exento de unos cuantos fracasos.
Mientras haya vida siempre tendremos la posibilidad de reorganizar nuestras prioridades, y es bastante probable que las cosas que en un tiempo nos parecieron importantes ahora hayan bajado de categoría y las consideremos intrascendentes.
Esos cambios de perspectivas nos indican que no nos quedamos anclados, que seguramente avanzamos para bien, que en algún momento comenzamos a aceptar la reconciliación…
Gracias por tu tiempo.
Greetings. The friend @lilianajimenez in her publication for the @holos-lotus community proposes to do an exercise of reconciliation. Let me tell you...
For a long time I believed that personality was something like the color of our eyes or the texture of our hair, things that we cannot change since they respond to genetic patterns imprinted in our biology.
I was convinced that if my temperament was reserved, taciturn and with a tendency to melancholy, there was nothing to do, I was condemned to live with that until the end of my days. But after many readings, long hours dedicated to reflection and the opportune word of a few friends, I began to understand that it was not like that.
In reality, what we call personality is basically an image that we form based on what we have heard about ourselves. Maybe since we were children we were told that we were this or that way, people love to invent labels to refer to others, they repeated to exhaustion the same conclusion, this boy is this or this boy is that...
From so much listening to those sentences our brain ended up believing it and what they said about us was installed in our mind as unquestionable truths that guided the way we behaved.
We learned to behave according to those thought patterns, reinforcing them over and over again until they became automatic. From then on, our responses became very similar, confirming that we were really like that. Without realizing it, we became trapped in a kind of loop in which we had no way out.
However, the important thing to note is that all these processes occurred in our brain, after all they are nothing more than ideas, thoughts and beliefs.
If we meditate well, we can come to the conclusion that they can be removed and even changed for other different ones... This is undoubtedly great news because it opens the possibility of reconciliation...
For a long time I was guilty of an excess of severity with myself. A craving for perfection dominated all my performances, it was very difficult for me to achieve full satisfaction, I always thought that there must be some way I could do better. This attitude had the virtue of pushing me to bring out the best in me, but at the same time it was extremely exhausting. Worst of all, it limited the possibility of valuing my merits.
Step by step I came to understand that severity was a great hindrance. Besides the fact that it did not make me feel good, it also limited my relationships with the world. I realized that I had to take a step to see things in a more equanimous, more balanced way, which would allow me to appreciate reality in a more flexible way.
Sometimes, when I think about these things, about all the mistakes made by going through life looking through the eyes of severity, I feel a little ashamed. It is something fleeting but strong enough to put me on alert, to indicate to me that in this thought there is a return to the same thing, because it is from the same severity that one can be ashamed for not having done things differently.
At this point I believe that the most important thing is to recognize that mistakes are always around the corner, that making them does not have to be a tragedy, that no one is exempt from a few failures.
As long as there is life, we will always have the possibility of reorganizing our priorities, and it is quite likely that the things that once seemed important to us have now been downgraded and we consider them unimportant.
These changes of perspective tell us that we are not stuck, that we are surely moving forward for the better, that at some point we are beginning to accept reconciliation...
Thank you for your time.
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