Regresé conmigo...

Abrí los ojos, desperté de esta especie de pesadilla en la que siempre era quien daba más que los demás. Siempre me buscaron para que los ayudase a cargar sus cruces, me hablaban pensando que yo no necesitaba ser escuchada. Nunca nadie me preguntó si estaba cansada, si estaba triste, si necesitaba algo, un abrazo, unas palabras, una sacudida de cabello. No pensaban que yo también podía sentir miedo, tristeza o ansiedad. Porque siempre estuve allí, una luz en medio de la oscuridad o una roca confiable en medio del océano.

Entonces, cuando manifesté miedo, fui una tonta para ellos, una cobarde y cuando perdí los estribos, simplemente fui una histérica, una loca. Siempre dieron por sentado mi presencia, sin pensar si necesitaba ser contenida, querida, abrazada o si necesitaba descansar en alguien.

Dejé de insistir en donde no encontraba lo que estaba buscando, dejé de pedir con las manos cerradas y de entregarme por completo para luego ser ignorada o pateada, dejé de esperar en sillas que ya estaban ocupadas, de depositar mi confianza y mis expectativas en las personas equivocadas, de esperar ser comprendida, de esperar ese abrazo que se negaba llegar a mí. Dejé de poner mis ojos, mis ilusiones y esperanza en corazones que no querían latir al mismo ritmo que el mío y entonces... sucedió la magia.

Sí, la magia. Regresé conmigo, me reconcilié conmigo misma, volví a mí, como el único destino posible, como el único camino real, como el único reencuentro posible.

Cuando volví conmigo, me di cuenta del deterioro de mi alma, de los dolores que albergaba mi corazón, de la necesidad de una caricia a mi triste espíritu. Estaba apagada y triste, como esas ánimas que están en el purgatorio.

En ese momento, me abrí la puerta, me dejé entrar, recibiéndome con amor, me abracé, me recosté sobre mi propio hombro y sobre todo, me perdoné. Me miré al espejo y pude ver dentro de mí, mientras las lágrimas salían de mis ojos y se deslizaban por mis mejillas. Todavía estaba allí, todavía había una lucecita encendida, aún quedaba un poco de brillo detrás de esos ojos tristes.

Ese día, me encontré, después de tanto tiempo perdida. Me di cuenta de que estaba distinta, que había grietas en mi alma, cicatrices que aún debían sanar, pero me tenía y me tengo. Me rescaté.

Sucedió la magia...

Tengo las llaves de esas puertas que ahora decidiré si las abro o no. Yo decido con quién, cómo, dónde y por qué. Decido qué es lo que quiero, qué es lo que merezco y qué es lo que debe quedarse afuera.

Pero me doy cuenta de que esa magia, nunca se fue, siempre vivió dentro de mí, pero yo me negaba a verla, porque siempre me dejé para después, siempre me rechacé y antepuse los deseos de los demás por encima de los míos propios. Bajé hasta mis sombras, las abracé, las perdoné y abrí las ventanas. Ese día, resucité. Ese día me acepté. Ese día me puse en primer lugar.

Ese día, renací.

_{Contenido propio.
Fotografías tomadas en El Parque Nacional El Encanto, en Los Teques, Venezuela.
Portada hecha con Canva, versión gratuita.
Traductor DeepL.}

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