"No todo lo que nos asusta son fantasma; a veces, son huellas que buscan su luz..."
El clóset.
Desde que tengo memoria, los cuentos sobre clósets siempre han tenido algo en común: el miedo. Y aunque los clasifique como fantasías, lo que me ocurrió aquel 27 de enero del año 1978 me hizo dudar.
Era una mañana más de esas en las que cuesta arrancar el día. Desde la cama, recorrí con la mirada cada rincón de mi habitación, la computadora encendida, vasos regados por todas partes haciendo juego con la ropa sucia que se ha ido acumulando semana tras semanas, hasta que mis ojos se detuvieron en el clóset. Ese que lo he forrado infinitamente para que no se vea lo curtido de sus puertas. Ellas estaban entreabiertas, algo que no debía ser. Yo las había cerrado con cuidado la noche anterior.
Extrañamente sentí por primera vez miedo por el clóset. Las historias volvieron como un torrente, trayendo consigo monstruos, sombras y presencias inexplicables. ¿Qué hacía abierta la puerta? No lo sabía, pero no podía apartar la vista.
Con el corazón latiendo a mil, me armé de valor y decidí acercarme. Sentía como si algo pesado me jalara los pies, como si el miedo quisiera que me quedara quieto. Cuando al fin llegué al clóset, mis manos temblaban más de lo normal. No sé si por nervios o puro susto, pero igual las puse sobre las asas. Tragué saliva, respiré profundo y abrí las puertas bien despacio.
Adentro, todo estaba como siempre. La ropa colgada, camisas, pantalones, los zapatos en su lugar, todo perfecto. Me quedé mirando un rato, tratando de encontrar algo raro, pero nada. Cerré las puertas, suspiré aliviado y pensé que todo esto es cosa de mi mente.
No había nada. Todo igual que siempre... hasta que miré hacia abajo.
En el suelo, vi una libreta vieja y llena de polvo, con la tapa marcada con mis iniciales. La reconocí al instante: la había perdido hace años, cuando falleció mi hermano menor. Sé que sus manos fueron las últimas que la tocaron.
En la primera página, con su caligrafía infantil, leí: “Aún estoy aquí.”
La habitación se quedó en un profundo silencio. Pero una sombra se reflejó en la pared posterior del pequeño armario, una figura estática me observaba. Era la silueta de mi hermano que de pronto desapareció.
Ahora no tengo miedo, solo lloro desconsolado recordando su partida.
Jorge Rodríguez Medina(@siondaba)
English Version
"Not everything that scares us is a ghost; sometimes, it's footprints searching for their light..."
The Closet.
For as long as I can remember, stories about closets have always had one thing in common: fear. And although I classified them as fantasies, what happened to me on January 27, 1978, made me doubt.
It was just another morning, one of those where it's hard to start the day. From my bed, I scanned every corner of my room: the computer was on, empty glasses scattered everywhere, matching the pile of dirty clothes that had been accumulating week after week. My gaze stopped at the closet, the one I had endlessly covered to hide the wear and tear of its doors. They were ajar, something they shouldn’t have been. I had carefully closed them the night before.
Strangely, for the first time, I felt fear toward the closet. The stories returned like a torrent, bringing with them monsters, shadows, and inexplicable presences. Why was the door open? I didn’t know, but I couldn’t look away.
With my heart racing, I gathered courage and decided to approach. I felt as if something heavy was pulling my feet, as if fear itself wanted me to stay still. When I finally reached the closet, my hands were trembling more than usual. I don’t know if it was nerves or sheer terror, but I placed them on the handles anyway. I swallowed hard, took a deep breath, and slowly opened the doors
Inside, everything was as usual. Clothes hanging, shirts, pants, shoes neatly in place, everything was perfect. I stared for a while, trying to find something odd, but there was nothing. I closed the doors, sighed with relief, and thought it was all in my head.
There was nothing. Everything was the same as always... until I looked down.
On the floor, I saw an old, dusty notebook with my initials marked on the cover. I recognized it instantly, I had lost it years ago, when my younger brother passed away. I knew his hands were the last to touch it.
On the first page, in his childish handwriting, I read: “I’m still here.”
The room fell into a deep silence. But a shadow appeared on the back wall of the small closet, a static figure watching me. It was my brother’s silhouette, which suddenly vanished.
Now, I’m not afraid. I just cry inconsolably, remembering his departure.
Jorge Rodríguez Medina(@siondaba)