El camino a Espinoso

in voilk •  4 months ago


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    El camino a Espinoso

    Aquella mañana me desperté temprano con el sol brillando en mi cara. Sentía una rara excitación y nerviosismo mientras me preparaba para el día que me esperaba. Bebí una taza de café caliente y comí una tostada con mantequilla, luego me dirigí a la estación de tren, estaba listo para embarcarme en la primera aventura de mi vida, la misma que mi padre hizo un montón de veces hasta que desapareció de forma extraña.

    Durante el trayecto no despegué la cara del cristal, quería observarlo todo, y me di cuenta de que el camino hacia el lugar era un sendero estrecho y sinuoso. Parecía que los árboles se inclinaban hacia el tren y se dejaban golpear por la locomotora, con el propósito de llegar hasta mí como si quisieran susurrarme secretos ancestrales. El aire también estaba cargado de fragancias: tierra húmeda, flores silvestres y el dulce aroma de los hermosos pinos que pronto aparecieron.

    Cuando bajé en la vieja estación, noté que cada paso que daba resonaba en mi alma, como si el propio camino me hablara. Quizá las piedras bajo mis pies eran testigos mudos de las historias que allí habían sucedido. Imaginé a los antiguos viajeros, con sus capas hechas jirones y sus sueños intactos, recorriendo el mismo paraje. ¿Qué buscarían ellos? ¿Qué habrán dejado atrás?

    En fin, a medida que avanzaba, los espinos se cerraban a mi alrededor. Sus afiladas ramas me desgarraban la piel, pero no me importaba. Cada herida era un recordatorio de que estaba vivo, de que iba por el buen camino. Mientras, los pájaros cantaban entre los arbustos, dándome la bienvenida a su territorio.

    Al cabo de unas horas llegué a un pequeño arroyo que cruzaba el trayecto.



    El agua cristalina fluía suavemente, sentí que se llevaba mis preocupaciones y temores con ella. Al llegar a la otra orilla, me arrodillé y bebí, sintiendo cómo el frescor recorría mi garganta y se apoderaba de mi cuerpo. ¿Cuántos otros habrían hecho lo mismo a lo largo de los años? Incluso mi padre.

    El sol ya estaba en su punto más alto cuando por fin llegué a Espinoso. El pueblo parecía sacado de un cuento: casas de piedra con tejados de paja, calles empedradas y flores en cada ventana. La gente me miraba con curiosidad, como si supieran que era un forastero en busca de respuestas.

    En la plaza central había un anciano sentado en un banco de madera. Su mirada era sabia y profunda. Me acerqué a él y le pregunté por el verdadero camino de Espinoso. Sonrió y me dijo: "Es un camino de descubrimientos. Cada paso te enseñará algo nuevo. Pero ten cuidado, algunos nunca vuelven".

    Pasé días explorando la ciudad y sus alrededores. Conocí a los lugareños, escuché sus historias y compartí risas en la taberna local. Cada noche me sentaba junto al fuego y escribía en mi diario. Las palabras fluían como la corriente del camino, llenas de magia y misterio.

    Una noche, mientras exploraba por el bosque, encontré una entrada oculta entre las rocas. La entrada estaba cubierta de musgo y enredaderas. Decidí entrar, siguiendo una corriente de luz que se filtraba desde el interior. Dentro de la cueva, descubrí pinturas en las paredes.



    Eran millones de figuras de hombres y animales que parecían danzar en rituales y sacrificios. ¿Quién habría dejado estas marcas en la piedra? ¿Qué historias habrían querido contar? Seguí investigando y encontré un dibujo especial que me dejó helado por unos segundos. Parecía la figura de mi padre, subía unas escaleras infinitas y se desprendía de parte de su carga, tal vez para sentirse ligero y llegar a la puerta que le esperaba arriba. Me sentí triste y feliz al mismo tiempo, lloré como niño y decidí regresar.

    Cuando salí de la cueva, sentí que había encontrado algo más que una respuesta. Había encontrado una paz interior e historias escritas de otros. Espinoso me había revelado secretos, y yo me había convertido en parte de ellos; tenía que guardarlos conmigo.

    Ahora, cuando cierro los ojos, puedo sentir el sol en la cara, el aroma de los pinos y el tacto de las espinas en la piel. El camino a Espinoso sigue vivo en mí, como una llama que nunca se apaga. Pronto iré a visitarlo de nuevo y sé que algún día, cuando mis piernas estén cansadas, soltaré la carga y podré correr a encontrarme con mi padre.


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