Los puentes son de los más hermosos y útiles inventos del hombre. Comunican un lado con otro; permiten el paso de una orilla a otra, de una frontera a otra. Pasan por encima de mares, lagos y ríos, o de abismos. Por eso deben ser construcciones lo más sólidas, durables y seguras posibles. Compete a las autoridades garantizar que así sea, pero también a la comunidad que hace uso de ellos velar por su buen estado.
Cumaná, mi ciudad en Venezuela, cuenta, como muchas otras en el país y en el mundo, de varios puentes; unos cuatro o cinco, si no me equivoco; todos sobre el río Manzanares, que atraviesa la ciudad. Uno de esos puentes es el Santiago Mariño, que comunica parte del casco histórico (Parque Ayacucho, Plaza Miranda ...) con la calle Mariño, una de las más comerciales y concurridas de la ciudad.
Pues este puente, quizás el más nuevo de los construidos, ha venido siendo "vandalizado", como se dice ahora, es decir, maltratado y destruido por una delincuencia casi invisible, que se ha dado a la tarea de ir robando los fuertes tubos que constituyen las barandas del puente. La seguridad de este medio de comunicación está en franca amenaza, y, por supuesto, particularmente, la vida de los peatones que por el circulan diariamente a toda hora. Se exponen a caer por accidente, por acción involuntaria de otro transeúnte, o por maldad de algún "loco" suelto, al río desde una altura considerable. Pasan los meses y estos tubos no sólo no han sido sustituidos, sino que han seguido desapareciendo bajo la negligencia de autoridades y la indiferencia del común.
Continúo con este post una serie fotográfica que he denominado "Estética del deterioro" (ver I, II, III,IV).
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