En mi mente, la ilusión de ser libre se ha adueñado,
creyendo que me pertenece mi destino sin ataduras,
ignorando que en realidad soy prisionero de mi propia naturaleza.

Creo que mis decisiones son únicamente mías,
sin darme cuenta de que están influenciadas por el entorno,
por las circunstancias que escapan a mi control.

Me veo como un ser independiente y autosuficiente,
olvidando que dependo del oxígeno que respiro,
de los alimentos que me alimentan,
de la fuerza de gravedad que me sujeta a la tierra.

Siento que tengo el poder de elegir mi camino,
sin recordar que mi camino está marcado por las decisiones de otros,
por las acciones de aquellos que me rodean.

Anhelo ser el arquitecto de mi vida,
sin aceptar que soy solo un actor en un escenario preestablecido,
donde las reglas ya están escritas y las cartas ya repartidas.

Quiero creer que soy el dueño de mi destino,
sin ver que mi destino está ligado al de todos los demás,
que somos parte de un todo interconectado e interdependiente.

En este espejismo de libertad absoluta,
olvido que somos marionetas de un universo que nos supera,
que somos parte de un engranaje más grande e impredecible.

En mi absurda búsqueda de independencia,
descubro que la verdadera libertad radica
en aceptar nuestra dependencia,
en reconocer que somos parte de un todo
mayor que nosotros mismos.

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