
Fuente
En esta caja sin ventanas, la sombra juega sola,
mis sentimientos se esfuman, un eco que se inmola.
El reloj, un dios mudo, con su tic-tac desploma,
cada segundo pesa, se estira y luego se aploma.
El aislamiento abraza mi ser, su peso me controla.
Aferrado al cristal, el mundo se ve distante,
espejo deformado, su reflejo nunca es constante.
Los colores gritan, pero aquí todo es vacilante,
un gris que se desliza, frío, siempre desafiante.
El silencio se sienta conmigo, eterno y dominante.
En la penumbra del alma, los recuerdos son pájaros,
vuelan lejos, dejando un cielo donde no hay faros.
El pasado se derrite en sombras, mil desgarros,
y el futuro, un espectro, con sus manos me desgarra.
Solo queda un presente que mis sentidos son amargos.
Por la ventana del alma, el paisaje se fragmenta,
la luz se quiebra, la esperanza ya no se sustenta.
El aislamiento transforma lo que toca, lo reinventa,
dibuja geografías de soledad que se alimentan,
y el corazón, un mapa que la razón ya no orienta.
Pero incluso aquí, donde el tiempo pierde su sentido,
hay una chispa que danza en lo desconocido.
Un fuego tenue, escondido, pequeño y reprimido,
que susurra: "Vive, respira, aunque todo esté perdido.
El aislamiento también es un renacer inadvertido."
A veces, guardar los sentimientos pesa como un ladrillo,
pero en el silencio nace un grito que es sencillo.
El aislamiento puede ser un viaje oscuro y sombrío,
sin embargo, nos invita a mirar más allá del vacío,
y encontrar en nosotros mismos el camino y el brillo.