A veces recuerdo esos momentos tristes en los que las noches se transformaban en un calvario interminable de abominaciones, de monstruos sobre mí cadáver ya deshecho sobre las sábanas. Lágrimas que no pararon de correr por mi rostro, por mis venas, noches de agonía a causa del solitario yermo de dunas y ondulaciones de la cama, sin luna de ningún tipo sobre el cielo, sin nubes. Porque la balanza sobre la cual caminaba jamás se inclinó, permanecía en total equilibrio de sus macabras pesas, las cuales se llamaban soledad y esperanza.
Esa era la guerra de cada intento por conciliar el sueño por al menos un minuto, por al menos una maldita vez.
Y cuando se es pez, jamás se puede imaginar el vuelo de un ave, saber que se siente.
Como el ser que vive en un mundo bidimensional, un extraterrestre corrupto de otra realidad llena de figuras geométricas.
Y yo fui un ser de ese tipo, incapaz de entender.
Tanto las imágenes como el texto son de mi autoría