Madure desde el dolor a mis 12 años de edad

in voilk •  3 months ago



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    la enfermedad de mi tía a causa del COVID, el embarazo de mi madre y la inevitable separación de mis padres me arrebataron la paz y me sumergieron en un mar de preocupación y dolor. El trágico fallecimiento de mi tía, a pesar de nuestros esfuerzos por cuidarla, marcó un punto de quiebre en mi vida , dejándome desequilibrado y sumergido en un profundo desconcierto. Solía tener una conexión especial con ella, y su partida dejó un vacío inmenso en mi ser.

    La carga emocional de aquellos días oscuros creció aún más cuando mi madre perdió al bebé que esperaba, un cruel golpe del destino que la llevó a enfrentar la adversidad en su forma más cruda. Tuve que madurar de golpe a mis 12 años de edad , aceptando situaciones que parecían inimaginables y luchando contra la depresión que amenazaba con envolverme por completo. Sentí que tocaba fondo, que la luz se esfumaba a mi alrededor y que mis mundo se resquebrajaban sin remedio.

    La relación con mi padre se desvanecía, por la falta de comunicación y el distanciamiento emocional. Verlo volcado en atenciones hacia los hijos de su nueva pareja, mientras yo quedaba en un segundo plano, me sumió en un mar de incomprensión y desamparo. Cada gesto, cada acto de indiferencia, parecía enroscarse en mi como espinas punzantes, recordándome mi vulnerabilidad y mi soledad.

    Sin embargo, en medio de la oscuridad, una chispa de esperanza me abrió paso que fue cuando decidí servirle nuevamente a Jehová. Con el tiempo, mi padre reconoció sus errores y juntos logramos abrir nuestros corazones, compartiendo nuestras emociones y reconstruyendo los lazos que el dolor y la desconfianza habían dañado. Hoy puedo decir que disfruto de una salud emocional renovada y de una relación familiar fortalecida.

    Estos trágicos acontecimientos, aunque me quebraron por completo, me enseñaron una valiosa lección: que la adversidad puede moldearnos, pero somos nosotros quienes elegimos cómo responder a ella. Una frase resonó en mi mente y se convirtió en mi baston: 'Nada puede arrebatarte la paz, a menos que tú lo permitas'. Con esa convicción arraigada en lo más profundo de mi , sigo adelante, forjando mi camino con determinación y fortaleza, sabiendo que he superado pruebas que me han hecho más fuerte y resiliente."


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