Ser psicólogo es mirar profundamente a través de los ojos de las personas.
Es descifrar los matices de la voz, los cambios de entonación, el aire que se enreda en la garganta, las lágrimas que se sostienen fuertemente, en un intento por no dejarlas salir.
Ser psicólogo es ser paciente... saber escuchar pacientemente. Es adentrarse a los más profundos miedos, las cosas que no se pueden decir en voz alta, las cosas que generan culpa, placer, nostalgia, envidia, calma.
Es ser cauteloso, consciente de los tiempos. Ser psicólogo se diferencia de la intromisión y de las preguntas azarosas porque tiene un fin, el de comprender y ayudar.
Ser psicólogo es saber que todos sufrimos, pero no todos sufrimos por las mismas razones.
Es tener la capacidad de salirse, un poco, de la propia cabeza para entrar al mundo, a la historia de la otra persona. Todo esto, sin dejar de sujetarse del andamiaje que sostiene todo el proceso, incluidos el paciente y el terapeuta: los conceptos, las técnicas, los fundamentos de la intervención clínica.
Ser psicólogo es saber que la tristeza no se ve solo a través del agua salada, también se ve en la punta de la nariz enrojecida, o en la rabia.
Es saber hacer las preguntas correctas, en el momento correcto.
Es saber acompañar amablemente, guiar.
Es saber cuando guardar silencio y cuando hablar.
En últimas, ser psicólogo es saber que, caminas al lado de una persona durante un tiempo determinado pero el resultado del proceso se resume en la capacidad de esa misma persona de poder andar sola.
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