Lágrimas de sangre azul (capítulo 3):

in voilk •  4 months ago

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    No sé en qué momento ni cómo me encontré dentro del edificio de nuevo. Estaba distraído. De todos modos, no importaba mucho, había tomado una decisión. Quizás una de las más importantes que he tomado en mi vida hasta hoy. Iba a decírselo. ¿Y lo demás…? Lo que me había impedido hacerlo hasta ese momento era un conjunto de cosas que ya me parecían absurdas. El orgullo de la familia, el hecho de que fuera amiga de mi enemigo, el hecho de que parecía detestarme. ¿Y mis padres? ¿Qué pensarían de esto? Su procedencia claramente inferior, su familia pobre y de apellido vulgar… Una falta grave. Algo que mis padres considerarían una mancha imborrable en la familia. Jamás lo permitirían.

    ¡Pues que se vayan todos juntos al infierno! Mis padres, ¡mi familia completa! La maldita sociedad. ¡Yo ya no puedo vivir así! ¿Pero de qué hablo…? ¡Si estoy viviendo en el mismísimo infierno! ¡Me estoy volviendo loco!

    Apuré el paso y poco después estaba dentro de la biblioteca, que quedaba en el segundo piso del edificio. Observé el lugar con atención, estaba desierto. Ella no parecía encontrarse allí, no estaba en ninguna mesa. Caminé por los pasillos donde estaban las estanterías con los libros… Nada.

    —¿Qué necesitas muchacho? — dijo una voz de mujer a mi espalda. Pegué un respingo y me di la vuelta.

    Era la bibliotecaria y me miraba de manera extraña.

    —Di… disculpe señora Ortiz. Estaba buscando a alguien —balbuceé con, profunda molestia. ¿Cuándo comenzó a seguirme el horrible buitre?

    No me respondió sino que me miró con el ceño fruncido. Sus arrugas se marcaron aún más en su rostro.

    Decidí irme de allí. Seguro estaba pensando en que probablemente querría robarme algún libro para llevármelo a casa. ¡Tonterías! Suficiente tengo con el estudio durante todo el año y voy a andar perdiendo tiempo en el verano. Sólo un mes, de los tres libres que tengo, lo dedico a estudiar para los exámenes. Ya era un fastidio tener que hacerlo sudando de calor, cuando podría estar en la pileta con mis amigos.

    Iba saliendo de la biblioteca cuando tropecé con Marcia Estévez. No la había visto. ¡Tan ensimismado estaba! Por lo general ella destaca en cualquier lugar con su pinta de loca y su ropa estrafalaria. Ahora vestía una falda con los colores del arcoíris.

    —¡Oh! Perdón —dijo la chica.

    No le presté atención, ni respondí, solo seguí de largo… No obstante, al llegar a la mitad del corredor me percaté de que ella era su amiga y quizás supiera dónde estaba. Así que volví sobre mis pasos hacia la puerta de la biblioteca. Entré.

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    —Eh, Marcia. —La chica se dio vuelta, estaba esperando a la señora Ortiz frente a su despacho. Probablemente buscaba un libro.

    —¿Sí? —dijo de esa forma extraña y ausente.

    —¿Has visto a Abi? —le pregunté y un rubor cubrió mis mejillas. ¡Nunca puedo evitarlo!

    —¿Díaz? —me dijo mientras abría los ojos.

    ¡Qué pinta de loca que tiene! Pensé.

    —Sí, claro —dije, tratando de calmarme. ¿A quién más me referiría? ¡Obvio que a “ella”!

    —Sí —respondió y se dio la vuelta, dándome la espalda.

    Me quedé esperando un poco, sorprendido de su silencio… pero no dijo nada más.

    —¿Y bien? ¿Dónde está? —dije desconcertado.

    —No sé —me respondió.

    —¡Pero si acabas de decirme que la viste! —le dije, ya fastidiado.

    —Sí, pero no sé dónde está —respondió ella.

    ¡Tenía ganas de ahorcarla allí mismo! Estaba a punto de perder la paciencia. Traté de calmarme con todas mis fuerzas. Tenía que encontrarla.

    —¿Entonces… dónde la viste? —dije, tomando aliento.

    —¡Ah! Iba bajando las escaleras con Martín… Ya sabes, Martín Ponce. Estaban peleando. Pero yo sé que no era su intención. Pude ver claramente que estaba confundida y cuando una tiene la mente en ese estado es mejor tomar un vaso de agua y relajarse, recitando el mantra…

    —Gracias —la interrumpí y salí del lugar. No tenía paciencia para sus tonterías y ya casi la había agotado en esa absurda conversación.

    Luego de largarme de allí, bajé hasta el enorme vestíbulo. No se veían por ningún lado, ni ella ni ese Ponce. Salí entonces del edificio hasta los jardines y… nada.

    Cerca de una fuente, que se encuentra del otro lado de los jardines en la parte posterior del edificio, pude observar que estaban conversando unas chicas. Desde esa distancia no podía saber exactamente quiénes eran, de todos modos pensé que a lo mejor se había unido a ellas y crucé la enorme extensión verde, ya más animado. Lamentablemente me encontré con mis amigos a medio camino y mis esperanzas de verla se fueron a la basura. No pude librarme de ellos. ¡No se me ocurrió ninguna excusa! De todos modos, y luego de un largo rato, se acercaron un poco a nosotros y pude darme cuenta de que Abi no estaba entre esas chicas. Sólo eran unas niñas de primer año. ¿Dónde demonios estaba entonces? Pensé.

    A la hora del almuerzo, comencé a inquietarme. Tenía que encontrarla pronto para decírselo y las horas transcurrían a una velocidad alarmante. El tiempo apuraba mi sentencia. No podía pasar otro verano más sin saber si al menos tenía una leve esperanza de estar con ella.

    Me demoré a propósito en la mesa, cuando hacía rato que había terminado mi comida, con la esperanza de verla; pero no llegó al bufet. No se me ocurrió qué podría pasarle, era algo extraño que se salteara una comida importante, luego de no haber concurrido al desayuno. De todas maneras, podía haberlo tomado en otro lado, aunque no era su costumbre.

    Cuando me estaba retirando, pasé cerca de la mesa en donde se sentaba Marcia y dos amigas más de Abi. Escuché que una de ellas decía que Abi estaba llorando en el baño de mujeres, que quedaba en el segundo piso. Fue entonces cuando me preocupé un poco. ¿Qué le habría hecho el idiota de Ponce? Según Marcia estaban peleando... ¡Si le tocaba un pelo me las iba a pagar!

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    En el segundo piso no se veía nadie. No podía entrar al baño de las mujeres, así que me quedé deambulando un rato en el corredor, por si salía de allí. Al cabo de varios minutos apareció por la puerta del baño una chica, por su aspecto estaba seguro de que era de primer año… Como ya estaba cansado de esperar, me acerqué a ella.

    —Disculpa, ¿no has visto a una chica allí dentro? Es mi amiga y estaba… ¡Espera! —La chica al verme salió corriendo. ¡Parecía que me tenía miedo! ¿Tan rápido había corrido la noticia de que mi vida se fue al carajo? ¿Pensarían que yo era igual a mi padre?... Que, sin duda, aparte de ser un político poderoso daba temor.

    Sentí de repente un ruido a mi espalda y me di la vuelta, algo sobresaltado. Allí estaba ella, saliendo del baño. No habían sido mentiras las palabras de su amiga, como empezaba a imaginar. Tenía el cabello oscuro revuelto, se tapaba la cara y sus hermosos ojos estaban rojos. Seguro que había estado llorando. Al fin la veía… al fin.

    —Hola, Abi —le dije y mi voz dejó entrever algo de mis nervios.

    No sabía cómo comenzar la conversación y me quedé sin saber qué decir. Al igual que la chica de primero, se asustó al verme.

    —¡Quítate del camino, Alejandro! —me ordenó, avergonzada. Me empujó hacia un costado, mientras salía corriendo, tapándose el rostro.

    Me desesperé. No entendía nada.

    —¡Espera! ¡Tenía que decirte algo! —exclamé, mientras corría tras ella, como un perro pateado. ¡Necesitaba hablarle!

    El corredor terminaba en unas escaleras y ella ya comenzaba a bajar cuando, desde un corredor lateral apareció el profesor Cuenca y, sin poder evitarlo, me lo llevé por delante. Fui a dar contra el piso y me golpeé muy fuerte el codo.

    —¡Ay! ¡La mierda! —exclamé adolorido, junto a otros insultos.

    —¿Estás bien, Alejandro? —me dijo el hombre. Tendió su mano para ayudarme, pero la rechacé.

    Tenía cierto conflicto con ese profesor en particular, de corto cabello negro y mirada dura. Pertenecía al grupo secreto del que les hablé y era muy amigo de mi padre, sin embargo… ¡no había ayudado a mi padre en nada! Le había dado la espalda. Tenía la excusa de mantener su reputación en la Universidad, la mejor del país, a toda costa. No debía jugarse su puesto de ninguna manera, le daba poder. Sé que era solo una excusa. ¡No había querido hacerlo! De esa manera se ganaba la estimación del señor Torres. Todos podían podrirse en la prisión, que él no movería ni un dedo. Seguiría allí, muy tranquilo y cómodo, jugando su papel de inocente.

    Estaba furioso con él, así que me levanté del suelo y me dirigí hacia el corredor por donde había aparecido el hombre. Allí había una escalera que bajaba directamente al vestíbulo del edificio. No quería que me viera persiguiendo a Abi Díaz, podría causar sus murmuraciones, y rogué que no me hubiera escuchado. Mi secreto era mi secreto y de nadie más… al menos hasta ahora.

    El profesor Cuenca no dijo más nada. Supongo que se me quedó mirando mientras me alejaba, detenido por la sorpresa, sin embargo no me di la vuelta para comprobarlo. Fuera del edificio me dirigí hacia el ala en donde estaban las habitaciones de los internos, de mala gana. Estaba llena de alumnos con su insoportable alegría. Subí a mi habitación para estar más tranquilo y así evitar tener que estampar una hipócrita sonrisa en mi rostro… Necesitaba pensar qué iba a hacer para poder hablarle esa tarde. Las horas pasaban con rapidez y las opciones se me acababan. Nada adelantaba con corretearla por toda la Universidad, mientras ella huía de mí.

    No sé cómo pasó, me quedé dormido en un instante y me desperté un poco tarde. ¡Ya pronto oscurecería! Alterado, me levanté y salí corriendo. La busqué desesperadamente por todas partes… sin suerte. Me quedé un largo rato frente al ala donde estaba su habitación, hasta que me sacaron de allí las malas caras de sus amigas. Que se negaron a decirme dónde estaba.

    Muy cansado y al punto de aceptar la derrota, me senté en un rincón de las escaleras, que bajaban hacia los extensos jardines. ¡Todo me estaba saliendo mal! Pronto acabaría aquel día. No obstante, estaba por ocurrir un milagro. Poco hacía que estaba sentado con los ojos posados en el horizonte, sin ver nada, cuando apareció ella… y estaba sola. No me vio, bajó las escaleras y se dirigió hacia la verja que franqueaba el enorme terreno universitario, lo separaba de una calle poco transitada, que comunicaba con el pueblo. ¡Era mi oportunidad!

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    Créditos: El banner es mi propio diseño, utilicé Canva para crearlo. Las fotos las saqué de pexels.com, cada una tiene debajo la fuente.

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