"Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino;(…)"

Cerré el libro de oraciones, que estaba manchado de tanto manoseo, y lo lancé al baúl donde había metido sus cosas. Fue a caer encima de una cruz de bronce y un haz de luz brilló sobre la cabeza penitente. Tuve por un instante un escalofrío, sin embargo logré controlarme. Luego metí el baúl en el placard, donde siempre estuvo desde que él se fue. No me gustaba recordarlo como siempre se paseaba por los pasillos, con su traje blanco y aquella cruz balanceándose en su cuello.

Él se fue, me repetí a mí mismo. Papá ya no está, ya no puede hacerme daño… No obstante, eso no era del todo cierto, aún sentía su presencia por toda la casa. Lo ocupaba todo, cada retrato, cuadro, el olor a incienso que no había forma de quitar de las cortinas… hasta el aire que respiraba, ¡el muy maldito!, para que me faltara el aliento. ¡Lo hacía apropósito! ¡Intentaba volverme loco! Vi la burla en sus ojos desde el mismo instante en que se fue. Además, había un olor muy particular, que me producía picazón en la garganta y cambiaba por completo mi humor. ¡Sabía que era él! ¡No dejaba de apestar, corrompiendo todo!

La casa estaba oscura y silenciosa, ya no había gritos en las noches ni rezos durante el día… Ya no tenía miedo. Sin embargo, estaba inquieto, me sentía vigilado. Pasaba por el altar de los santos y ahí lo veía, de reojo, burlándose de mí en las sombras. A veces oía cómo el agua de la bañadera corría por el resumidero y una melodía suave la acompañaba. ¡Era él! ¡Recordaba tan bien como cantaba mientras realizaba sus sucios actos! Su presencia era como un monstruo que salía de mis pesadillas y vivía en mi hogar. Aún vivía allí.

Quería huir de allí. Este no era mi hogar, era de él. Al fin había tomado la decisión de irme. Toda la casa estaba cerrada, cada puerta y cada armario, en el comedor descansaban mis valijas y un folleto de una playa lejana. Una esperanza de felicidad, de expiación.

Antes de entrar en el taxi, que me llevaría al aeropuerto, miré por última vez aquella tumba de concreto y una sonrisa apareció en mi rostro. Al fin había escapado.

"(…) hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo."

La noche comenzaba a caer sobre la ciudad, mientras el auto la atravesaba a la mayor velocidad que podía ir entre el embotellamiento de autos. Las luces se hacían más brillantes y comenzaban a herir mis ojos, tan acostumbrados a la oscuridad y al encierro. Tanto espacio libre me daba miedo, pero logré recuperarme de la impresión. En unos minutos comenzamos a dejar las luces atrás y las últimas casas se espaciaron. Recién allí me tranquilicé del todo. Había conseguido no pensar en él durante un buen rato.

De pronto, como una mala pasada del destino, la verja de un cementerio pasó volando ante nosotros. Sólo fueron un par de segundos y ya estaba lejos. No obstante, un escalofrío recorrió mi cuerpo y tuve una sensación de sofoco. Intenté abrir la vantanilla del auto, pero me di cuenta de que era automática. Miré al conductor y por primera vez noté que vestía de blanco.

—Disculpe, ¿podría abrir la ventanilla?

No respondió. Estaba por repetir la pregunta cuando el vidrio comenzó a bajar. El aire me revivió un poco. Estaba nervioso. Su rostro convulsionado aparecía una y otra vez en mi cabeza. No podía creer que aun en muerte me atormentara.

Mi mirada se dirigió hacia la ventanilla abierta y tuve un enorme sobresalto. ¡Allí estaba él! ¡Allí mismo! Su figura blanca sobresalía de entre unos árboles. Miré hacia atrás… Ya pasó, ya no está. El sudor que se había esparcido por todo mi cuerpo comenzó a helarse. Tuve frío y las tripas sonaron dentro de su prisión de carne. ¡Sólo quería olvidarlo! Cuando me encontrara lejos, estaría mejor. Él no podía seguirme, empecé a repetirme a mí mismo. ¡Ya no podía hacerme daño! Intenté calmarme, pero las manos me temblaban demasiado. Me sentí descompuesto.

"Danos hoy nuestro pan de cada día;(…)"

—¿Se encuentra bien, muchacho? —me preguntó el sujeto que conducía. Debía parecer enfermo con lo pálido que estaba y mis ojeras de no dormir durante años.

Asentí con la cabeza, sin mirarlo, y fijé mi vista en el camino. Intenté sonreír, pero sólo fui capaz de producir una mueca. La ruta atravesaba un campo de girasoles, que parecían muertos a la luz de los faros del auto. Un manto oscuro sobre las lomas que apenas era atravesado por la curiosidad de la luna.

—¿No ha olvidado algo, muchacho?

Lo miré, confundido.

—¿A qué se refiere?

—Al pan… Al pan de cada día —dijo, en un tono burlesco que me desconcertó al principio y acabó con un terror que comenzó a aplastarme, asfixiándome.

¡Otra vez era él! Pensé, casi sin alieno. Sentía que el oxígeno no llegaba a mi cerebro, paralisándolo por unos instantes. Entonces la memoria me condujo hacia un recuerdo lejano… ¿Quieres comer? Solía decirme, a mis nueve o diez años, pues ve a ganártela. Debes ganarte el pan de cada día, muchacho... ¡Pero yo no quería hacerlo! ¡No quería acompañarlo! Sin embargo… ¡tenía tanta hambre! ¡Y no quería hacerlo! ¡Lo juro! Tienen que entenderme.

Mi padre, porque era él, comenzó a reírse y se inclinó para mirar por el espejo retrovisor. Entonces vi su sonrisa burlesca emerger de la muerte, mostrándome todos sus dientes amarillos. Las encías negruzcas comenzaban a podrirse y despedían un olor dulzón que llegaba a mis fosas nasales. Tuve nauseas y el terror amenazó con robarme la cordura.

—¿Padre? —susurré temeroso y… culpable, por haberlo abandonado.

—Si quieres irte tienes que ganarte el pan, muchacho. ¿No te lo he dicho antes?

Me sentí de diez años de nuevo y comencé a sollozar como aquel pobre niño, que ya creía que no existía, sin embargo descubrí que sólo estaba dormido dentro de mí. El miedo se metió por cada poro de mi cuerpo y envenenó mi sangre. La ponzoña rápidamente llegó a mi cerebro. Sentí como lo carcomía, como lo torturaba.

—No quiero, papá, no me obligues.

—Entonces no puedes irte —dijo, mofándose de mis lágrimas y con el mismo desprecio que siempre me había tratado—. Eres igual a esa zorra estúpida, ¿no te lo dije antes? Siempre llorando, inútil para todo, débil.

CONTINUARÁ...

"Our Father who art in heaven, hallowed be thy name; thy kingdom come."

I closed the prayer book, which was stained from so much handling, and threw it into the trunk where he had put his things. It landed on a bronze cross and a beam of light shone on the penitent head. I shivered for a moment, but managed to control myself. Then I put the trunk in the closet, where it had always been since he left. I didn't like to remember him as he always walked through the corridors, with his white suit and that cross swinging around his neck.

He's gone, I repeated to myself. Dad is gone, he can't hurt me anymore... However, that wasn't entirely true, I still felt his presence all over the house. He occupied everything, every portrait, every painting, the smell of incense that there was no way to remove from the curtains... even the air I breathed, the damned one, to make me short of breath. He was doing it on purpose! He was trying to drive me crazy! I saw the mockery in his eyes from the very moment he left. There was also a very particular smell, which made my throat itch and completely changed my mood. I knew it was him! He kept stinking, corrupting everything!

The house was dark and silent, there were no more screams at night or prayers during the day... I was no longer afraid. However, I was restless, I felt watched. I would pass by the altar of the saints and there I would see him, out of the corner of my eye, mocking me in the shadows. Sometimes I would hear the bath water running down the drain and a soft melody accompanying it. It was him! I remembered so well how he sang as he performed his dirty deeds! His presence was like a monster coming out of my nightmares and living in my home. He still lived there.

I wanted to run away from there. This was not my home, it was his. I had finally made the decision to leave. The whole house was closed, every door and every closet, in the dining room rested my suitcases and a brochure from a distant beach. A hope of happiness, of atonement.

Before getting into the cab that would take me to the airport, I took one last look at that concrete tomb and a smile appeared on my face. I had finally escaped.

"Thy will be done, on earth as it is in heaven."

Night was beginning to fall over the city, as the car drove through it at the fastest speed it could go through the traffic jam. The lights were getting brighter and were beginning to hurt my eyes, so used to darkness and confinement. So much free space frightened me, but I managed to recover from the shock. In a few minutes we began to leave the lights behind and the last houses spaced out. It was only there that I calmed down completely. I had managed not to think about him for quite a while.

Suddenly, as a twist of fate, the gate of a cemetery flew past us. It was only a couple of seconds and it was already far away. Nevertheless, a shiver ran through my body and I had a feeling of suffocation. I tried to open the car window, but realized that it was automatic. I looked at the driver and for the first time noticed that he was wearing white.

“Excuse me, could you open the window?”

He did not answer. I was about to repeat the question when the glass began to lower. The air revived me a little. I was nervous. His convulsed face appeared again and again in my head. I couldn't believe that even in death it haunted me.

My gaze went to the open window and I had a huge shock. There he was! Right there! His white figure was sticking out from between some trees. I looked back... It was gone, he was gone. The sweat that had spread all over my body began to freeze. I felt cold and my guts rattled inside his prison of flesh. I just wanted to forget him! When he found me far away, I would be better off. He couldn't follow me, I began to repeat to myself. He couldn't hurt me anymore! I tried to calm myself, but my hands were shaking too much. I felt sick.

"Give us today our daily bread."

“Are you all right, boy?” asked the guy who was driving. I must have looked sick with how pale I looked and the dark circles under my eyes from not sleeping for years.

I nodded, without looking at him, and fixed my eyes on the road. I tried to smile, but was only able to produce a grimace. The road ran through a field of sunflowers, which looked dead in the light of the car's headlights. A dark blanket over the hills that was barely pierced by the curiosity of the moon.

“Haven't you forgotten something, boy?”

I looked at him, confused.

“What do you mean?”

“The bread... The daily bread," he said, in a mocking tone that puzzled me at first and ended with a terror that began to crush me, asphyxiating me.

It was him again! I thought, almost out of breath. I felt that oxygen was not reaching my brain, paralyzing it for a few moments. Then my memory led me to a distant memory... Do you want to eat? I used to say to myself, when I was nine or ten years old, go earn it. You must earn your daily bread, boy... But I didn't want to! I didn't want to go with him! Yet... I was so hungry! And I didn't want to do it! I swear! You have to understand me.

My father, because it was him, started laughing and leaned over to look in the rearview mirror. Then I saw his mocking smile emerge from the dead, showing me all his yellow teeth. The blackish gums were beginning to rot and gave off a sweet smell that reached my nostrils. I felt nauseous and terror threatened to steal my sanity.

“Father?” I whispered, fearful and guilty, for abandoning him.

“If you want to leave, you have to earn your bread, boy. Haven't I told you that before?”

I felt ten years old again and began to sob like that poor child, who already thought he didn't exist, but I discovered that he was only asleep inside me. Fear crept into every pore of my body and poisoned my blood. The well quickly reached my brain. I felt it eating away at it, torturing it.

“I don't want to, Dad, don't make me.”

“Then you can't go," he said, sneering at my tears and with the same contempt he had always treated me with. You're just like that stupid bitch, didn't I tell you before? Always crying, useless for everything, weak.

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