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Me dijo María, mi esposa, este viernes por la noche:
—Mañana sábado quiero visitar a mi amiga Luisa.
Luisa era una vieja amiga de mi esposa que vivía en una pequeña finca productora de fresas con su esposo y dos hijos en un asentamiento alemán, arriba en las montañas, llamado “La Colonia Tovar”.
Me pareció tan firme su decisión que no me atreví a contrariarla y dije -Sí- contra mi voluntad.
Realmente no quería ir, tenía cosas que hacer ese fin de semana. El viaje hasta La Colonia dura tres horas en carro desde mi casa, por una angosta carretera al borde de las serranías, una zona completamente rural y muy fría. La Colonia Tovar es un pueblo que fue creado por emigrantes alemanes que se asentaron en la cordillera de la costa-Venezuela.
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Al día siguiente, partimos a La Colonia, mis suegros y nosotros dos a las seis de la mañana. Al llegar donde Luisa nos recibieron con mucha alegría y un almuerzo típico del lugar –comida alemana- muy agradable.
Por un momento me sentí un poco cansado, con el estómago lleno y algo de sueño, por lo que le pedí a Luisa me prestara una cama para reposar un rato, pero su esposo dijo:
—No, nada de siestas, después del café vamos a recorrer la finca para bajar el almuerzo y para que vean que hermosa que está la siembra.
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Yo me quería morir, yo no quería caminar, solamente descansar para luego regresar a casa y poder continuar con mis tareas. Hice un esfuerzo por ser cordial y me resigne a hacer la caminata, por esa montaña, entre de arbustos y árboles. Después de media hora de camino, nos ocurrió algo inesperado: de dentro de los arbustos salió un toro negro que daba miedo ver, mugió rabiosamente y se avalanzó sobre nosotros a toda carrera.
Llenos de pánico, todos corrimos en desesperación, pero el toro nos alcanzó, yo caí al suelo mientras los demás corrían a ocultarse detrás de los árboles, el toro me atacó y con sus cachos me revolcó en el suelo. Rápidamente el esposo de Luisa llegó con grueso palo en sus manos, golpeó al toro y este se apartó hacia el monte.
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Yo quede allí, maltratado, con rasguños y adolorido. Hubo que regresar a la casa rápidamente, lo que para mí fue difícil por los maltratos de mi cuerpo. Luisa y su esposo atendieron mis heridas y nos vimos en la obligación de pernoctar en La Colonia, ya que no podía manejar en esas condiciones. Llegado a mi casa fui al médico y me receto analgésicos y reposo por una semana.
Sentí pena por mi esposa ya que ella deseaba pasar un buen rato con su amiga, pero el destino nos juego esa mala pasada, lo que no fue su culpa.
Después de esto, solo unas pregunta rondaban mi mente: ¿Por qué no decimos –No- cuando queremos decirlo? ¿Por qué nos dejamos llevar por los demás? ¿Por qué hacemos cosas qué no queremos?
Al día siguiente, hablando con mi esposa y suegros de lo sucedido ellos dijeron su verdad:
Mi esposa: —yo no podía rechazar una vez más la invitación de Luisa a su finca, por eso acepté.
Mi suegro: —a mí no me pidieron opinión, solo acepté obedientemente, contra mi voluntad, para no ser inoportuno.
Mi suegra: —a mí no me gusta La Colonia Tovar, el frio me pega en los huesos.
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Reflexión:
Por qué cuando somos parte de un grupo, siempre pensamos en el que dirán y optamos por cuidar nuestra reputación de buena gente, agrandando a los demás para evitar enfrentamientos, controversias y acusaciones desagradables.
Increíble, pero no decir –No- nos hace mentirosos indirectamente, aunque decir todo el tiempo la verdad también es un imposible, esto nos traería infinidad de problemas. Además, siempre se debería, a la hora de hacer una propuesta, contar con la opinión de las otras personas para que todos estén conformes.
Por esta razón, siempre debemos decir nuestra verdad a la hora de aceptar una propuesta.
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Autor: Hector Ruiz
Fotos: Celular Motorolaone
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Traductor: Deepl
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english version
Maria, my wife, told me that Friday night:
—Tomorrow, Saturday, I want to visit my friend Luisa.
Luisa was an old friend of my wife's who lived on a small strawberry farm with her husband and two children in a German settlement, high in the mountains, called "La Colonia Tovar".
I felt so strongly about her decision, that I did not dare to contradict her and said — Yes — against my will.
I really didn't want to go, I had things to do that weekend. The trip to La Colonia takes 3 hours by car from my house, through a narrow road at the edge of the mountains, a completely rural and very cold area. La Colonia Tovar is a town that was created by German emigrants who settled in the Venezuelan coastal mountain range.
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The next day, we left for La Colonia, my in-laws and the two of us at 6 o'clock a.m. When we arrived at Luisa's, we were greeted with great joy and a very nice lunch typical of the place - German food.
For a moment, I felt a little tired, with a full stomach and a little sleepy, so I asked Luisa to lend me a bed to rest for a while, but her husband said:
-No, no naps, after coffee let's go around the farm to bring down lunch and for you to see how beautiful the planting is.
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I wanted to die, I didn't want to walk, I just wanted to rest and then go back home and continue with my work. I made an effort to be cordial, and resigned myself to make the walk, through that mountain, among bushes and trees. After half an hour of walking, something unexpected happened to us: out of the bushes came a black bull that was scary to see, it mooed rabidly and rushed at us at full speed.
In panic, we all ran in desperation, but the bull caught up with us, I fell to the ground while the others ran to hide behind the trees, the bull attacked me and with its horns rolled me on the ground. Quickly Luisa's husband arrived with a thick stick in his hands, hit the bull and it ran off into the bush.
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I was left there, battered, scratched and in pain. It was necessary to return to the house quickly, which was difficult for me because of the abuse to my body. Luisa and her husband attended to my wounds and we had to spend the night in La Colonia, since I could not drive in those conditions. When I arrived home, I went to the doctor and he prescribed painkillers and rest for a week.
I felt sorry for my wife since she wanted to have a good time with her friend, but fate played that trick on us, which was not her fault.
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After this, only a few questions were on my mind: Why don't we say -No- when we want to say it? Why do we let ourselves be carried away by others? Why do we do things we don't want to do?
The next day, talking to my wife and in-laws about what happened, they told their truth:
My wife: -I could not refuse once again Luisa's invitation to her farm, so I accepted.
My father-in-law: -I was not asked for my opinion, I just accepted obediently, against my will, so as not to be inopportune.
My mother-in-law: -I don't like La Colonia Tovar, the cold gets to my bones.
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Reflections:
Why is it that when we are part of a group, we always think about what people will say and we choose to take care of our reputation as good people, pleasing others to avoid confrontations, controversies and unpleasant accusations?.
Uncredible, but not saying -No- makes us indirect liars, although telling the truth all the time is also impossible, this would bring us countless problems. Moreover, when making a proposal, we should always take into account the opinion of the other people so that everyone is in agreement.
For this reason, we should always tell the truth when accepting a proposal.
Autor: Hector Ruiz
Pictures: Cell Phone Motorolaone
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Traductor: Deepl
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