Hoy, mientras caminaba por la Avenida Santa Fe, me encontré con una escena que parecía sacada de una película: un auto en llamas en medio de la calle, el humo negro elevándose entre los árboles y el sonido lejano de sirenas acercándose.
Siempre he pensado que la ciudad tiene momentos donde se siente más viva, más intensa. No sé qué pasó con este auto ni cómo terminó así, pero lo que me impactó fue la pausa que generó en el ritmo habitual. Los autos frenaron, los peatones se detuvieron, incluso los policías parecían sorprendidos, como si la rutina se hubiese roto por completo.
No había explosiones de Hollywood ni caos desenfrenado, solo un momento extraño de silencio en medio del ruido cotidiano. Miré alrededor y vi a otras personas sacando fotos, como si necesitáramos una prueba de que lo que estábamos viendo era real.
La ciudad está llena de estos instantes inesperados. Algunos los olvidamos en minutos, otros se quedan con nosotros por años. Me pregunto si alguien recordará este día dentro de un tiempo, cuando el asfalto ya no tenga rastros del fuego y el tráfico siga su curso como si nada hubiese pasado.