En medio del caos cotidiano de Buenos Aires, Miguel era un hombre común con un cansancio extraordinario. Cada mañana, enfrentaba las interminables filas de autos que serpenteaban por la ciudad como si fueran parte de un ritual infernal. El concierto de bocinas, motores y la impaciencia colectiva eran la banda sonora de su vida. Miguel, sin embargo, sentía que había llegado a un límite.

Esa mañana, mientras estaba atrapado en la avenida 9 de Julio, con el Obelisco como un testigo mudo de su frustración, algo en él cambió. Miró las filas de autos alrededor y pensó: "¿Por qué vivimos así? Somos esclavos de este asfalto."
Entonces tuvo una idea que rozaba lo absurdo: ¿qué pasaría si dejara de seguir las reglas del juego? A la mañana siguiente, Miguel decidió caminar hasta el centro en lugar de usar su auto. Pero no solo eso, llevó consigo una pizarra y rotuladores para escribir mensajes. Por cada embotellamiento que pasaba a pie, dejaba un cartel improvisado en la acera: "Deja el auto y recupera tu tiempo", "El tráfico no es vida", "Basta de bocinas, escucha tu libertad".
Al principio, lo tomaron por loco, pero poco a poco, sus mensajes empezaron a resonar. Otros peatones comenzaron a unirse, escribiendo sus propios mensajes. Las redes sociales se llenaron de fotos de los carteles de Miguel, y en cuestión de semanas, lo que empezó como un acto de hartazgo personal se convirtió en un movimiento ciudadano.
Las autoridades, presionadas por la voz creciente de los porteños, implementaron nuevas medidas: más carriles exclusivos para bicicletas y colectivos, incentivos para el teletrabajo, y campañas masivas para reducir el uso del auto privado.
Miguel ya no se sentía atrapado por el tráfico ni por su propia frustración. Había transformado su hartazgo en acción, y había demostrado que incluso un simple hombre, con un simple mensaje, podía cambiar la dirección de la ciudad.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.