En la empresa donde Susana trabajaba, la rifa de fin de año era un evento muy esperado. Cada diciembre, los empleados se reunían para celebrar el cierre de otro año laboral, compartiendo risas, historias y la emoción de ver quién se llevaría los codiciados premios. Este año, la rifa prometía ser más grande y emocionante que nunca, con una variedad de premios que iban desde electrodomésticos hasta viajes de fin de semana.
Susana, conocida por su actitud optimista y su espíritu de equipo, estaba especialmente emocionada. Había comprado varios boletos con la esperanza de que, por fin, su suerte cambiara. Durante años, había visto a sus compañeros llevarse los mejores premios mientras ella solo ganaba pequeños recuerdos o, en la mayoría de las veces, nada en absoluto.
El día de la fiesta llegó, y el salón de eventos estaba decorado con luces festivas y adornos navideños. La mesa de premios estaba a la vista de todos, con una tentadora colección que incluía una televisión de alta definición, una bicicleta y un elegante juego de maletas. Los empleados charlaban animadamente mientras esperaban que comenzara la rifa.
El gerente de la empresa subió al escenario y tomó el micrófono para anunciar el inicio de la rifa. Con cada número que sacaba de la urna, los corazones latían más rápido. "Y el primer premio, un viaje de fin de semana para dos personas, es para... ¡Carlos Rodríguez!" Los aplausos resonaron mientras Carlos se levantaba para recoger su premio.
A medida que avanzaba la rifa, Susana seguía escuchando nombres de compañeros afortunados, pero el suyo nunca era llamado. Cada vez que sacaban un número, cerraba los ojos y cruzaba los dedos, solo para abrirlos y ver que no era su número el elegido. Sus amigos trataban de animarla con palabras de aliento, pero ella comenzaba a sentir que la mala suerte la seguía como una sombra.
Finalmente, llegó el momento del gran premio: la televisión de alta definición. El gerente, sonriendo, sacó el último boleto y anunció el número ganador. Susana miró su boleto con esperanza, pero una vez más, no era el suyo. El premio fue para Sofía, su compañera de oficina, quien recibió una ovación mientras subía al escenario.
Al concluir la rifa, Susana aplaudió sinceramente a los ganadores, aunque en el fondo sentía una leve desilusión. Sin embargo, su espíritu optimista no tardó en resurgir. Sabía que la rifa era solo una parte de la celebración y que la verdadera alegría estaba en compartir ese momento con sus amigos y colegas.
Esa noche, mientras disfrutaban de la cena y el baile, Susana decidió que no dejaría que la mala suerte en la rifa arruinara su diversión. Se unió a la pista de baile, riendo y disfrutando de la música. Sus amigos la rodearon, contagiándose de su buena vibra y agradeciendo su capacidad para ver siempre el lado positivo.
Y así, aunque no ganó ningún premio en la rifa de fin de año, Susana se llevó algo mucho más valioso: la certeza de que la verdadera fortuna no está en los premios materiales, sino en la alegría de vivir el presente y compartir momentos especiales con las personas que queremos.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.