José se miraba al espejo cada mañana, como si enfrentara una batalla interna que no sabía cómo librar. El vitiligo había llegado de forma silenciosa hace un año, como un visitante inesperado que se instala sin invitación. Al principio, una pequeña mancha blanca en la palma de su mano apenas le llamó la atención. Pero con el paso de los días, esas manchas comenzaron a extenderse, como si su propia piel estuviera pintando un mapa de algo desconocido.
La tristeza de José no era superficial; iba más allá de su apariencia. Cada nueva mancha lo hacía sentir como si estuviera perdiendo algo, una parte de sí mismo que nunca volvería. "¿Qué soy ahora?", se preguntaba en el silencio de su cuarto. Recordaba los días en que su piel era uniforme, en los que nunca había reflexionado sobre lo que significaba la palabra "normalidad".
Sus amigos y familiares intentaban animarlo con palabras de aliento. "Eres el mismo José de siempre", decían. Pero José sentía que no lo entendían. Las miradas en la calle, algunas llenas de curiosidad y otras de compasión, se convertían en un peso que cargaba a diario. Se sentía prisionero de una identidad que parecía cambiar con cada nueva mancha.
Una tarde, mientras paseaba por el parque buscando consuelo en el murmullo de los árboles, José conoció a Lucía, una mujer que leía un libro sentada en un banco. Notó que su rostro también tenía manchas blancas, distribuidas como si formaran un diseño artístico. Lucía le sonrió y lo invitó a sentarse.
"El vitiligo no nos define, ¿sabes?", dijo ella con una voz cálida. José la miró, sorprendido por su tranquilidad. "Cada mancha es parte de una historia, pero no es toda la historia. La verdadera pregunta es cómo decides contarla."
Esa conversación marcó un antes y un después en la vida de José. Con el tiempo, comenzó a ver su piel de una manera diferente. No como una pérdida, sino como una transformación. Aprendió que su valor no estaba en cómo lo veían los demás, sino en cómo se veía a sí mismo.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.
