En una pequeña y acogedora cafetería en el barrio de San Telmo, Buenos Aires, Elena solía ir todas las mañanas antes de comenzar su jornada laboral. El lugar tenía un ambiente cálido y acogedor, con mesas de madera gastadas y el aroma inconfundible del café recién hecho. Elena siempre pedía un café con leche y se sentaba en su mesa favorita junto a la ventana, donde podía observar el ajetreo de la ciudad mientras disfrutaba de su bebida.

Un día, mientras Elena estaba perdida en sus pensamientos, un hombre mayor se sentó en la mesa junto a la suya. Parecía cansado y triste, con los hombros encorvados y los ojos perdidos en el fondo de su taza de café. Elena, con su naturaleza empática, decidió iniciar una conversación con él.
—Buenos días, ¿cómo está? —preguntó amablemente.
El hombre levantó la vista y esbozó una pequeña sonrisa.
—Buenos días. Estoy bien, solo un poco nostálgico —respondió.
A medida que conversaban, el hombre, cuyo nombre era Ricardo, le contó a Elena sobre su juventud y cómo solía venir a esa misma cafetería con su esposa, quien había fallecido hacía un año. Elena sintió una profunda conexión con Ricardo y lo escuchó atentamente mientras él compartía sus recuerdos.
A lo largo de las semanas, Elena y Ricardo se hicieron buenos amigos. Se encontraban todas las mañanas en la cafetería y charlaban sobre la vida, el amor y el paso del tiempo. Sus conversaciones se convirtieron en una especie de ritual, una constante en sus vidas.
Un día, Elena llegó a la cafetería y notó que Ricardo no estaba en su mesa habitual. Preocupada, preguntó al barista si lo había visto. El barista, con una expresión solemne, le informó que Ricardo había fallecido la noche anterior.
Elena se quedó en silencio, con el corazón apesadumbrado. Decidió sentarse en la mesa de Ricardo y pedir su café favorito en su honor. Mientras bebía su café con leche, no pudo evitar sentirse irónicamente triste. El café, símbolo de tantas mañanas felices y conversaciones profundas, ahora se terminaba al igual que la vida de su amigo.
En ese momento, Elena comprendió la ironía de la situación: el café, una bebida que había traído consuelo y alegría, también marcaba el fin de una hermosa amistad. A pesar de la tristeza, decidió seguir visitando la cafetería, recordando a Ricardo y los momentos compartidos. Porque, al igual que el café que se termina, la vida sigue, y es en esos recuerdos donde encontramos el verdadero significado de las conexiones humanas.
Elena miraba la taza de café vacía, con solo unas gotas oscuras en el fondo, como lágrimas que caían lentamente, simbolizando el final de una jornada de consuelo y reflexión.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.