Andrés y el terror

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    Andrés tenía 10 años y una pasión desbordante por las películas de terror, especialmente aquellas que se estrenaban en el cine. Desde muy pequeño, había sentido una fascinación inexplicable por los monstruos, los fantasmas y los misterios oscuros que llenaban la pantalla grande. Le encantaba sentir la adrenalina correr por sus venas y el suspense que lo mantenía al borde de su asiento.

    Cada vez que un nuevo estreno de terror llegaba a la cartelera, Andrés insistía en convencer a sus padres para ir al cine. Y así, una tarde de viernes, con la emoción a flor de piel, Andrés se encontró en la fila del cine con su padre, esperando para ver la última película de terror que todos comentaban. Era una historia sobre una antigua mansión encantada que prometía más sustos que nunca.


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    El cine, con sus luces tenues y el olor a palomitas recién hechas, era el lugar favorito de Andrés. Se sentía en su propio reino, rodeado de pósteres de películas y el murmullo de la gente emocionada. Cuando finalmente entraron a la sala, se apresuró a encontrar los mejores asientos, justo en el centro, donde la experiencia sería más intensa.

    Mientras las luces se apagaban y los primeros acordes de la banda sonora llenaban la sala, Andrés sintió un escalofrío de anticipación. La historia se desarrollaba con misterio y tensión, cada escena lo tenía completamente absorto. A su lado, su padre sonreía, sorprendido por la valentía de su hijo y disfrutando de ver la emoción en sus ojos.

    A lo largo de la película, Andrés se sumergió en el mundo de los personajes, imaginando cómo sería enfrentarse a los mismos desafíos. A pesar del miedo, sentía una extraña satisfacción al ver cómo los protagonistas superaban sus miedos y descubrían los secretos ocultos. Para él, cada susto era como un nuevo reto, una prueba de su coraje.

    Cuando la película terminó y las luces se encendieron nuevamente, Andrés se levantó con una gran sonrisa en el rostro. Su corazón aún latía rápidamente, pero estaba feliz. Sabía que esa noche tendría sueños llenos de fantasmas y misterios, pero también sabía que no estaba solo, que siempre podría contar con sus padres para compartir esas aventuras.

    De camino a casa, Andrés no paraba de hablar sobre la película, detallando cada escena, cada giro en la trama, y haciendo preguntas sobre cómo habían logrado ciertos efectos especiales. Su padre, aunque no compartía la misma pasión por el terror, disfrutaba del entusiasmo de su hijo y apreciaba cómo cada película de terror era una oportunidad para aprender y crecer juntos.

    Así, Andrés continuó alimentando su amor por las películas de terror, esperando con ansias cada nuevo estreno y atesorando cada momento compartido en el cine. Para él, el miedo no era algo a evitar, sino una puerta a mundos desconocidos y fascinantes, y cada película una nueva aventura que esperaba descubrir.





    Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.

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