En el bullicioso barrio de Flores, en Buenos Aires, un joven llamado Walter se preparaba para comenzar una nueva etapa en su vida. Después de terminar la primaria, había sido aceptado en el colegio secundario Julio Cortázar, un lugar conocido por su excelencia académica y su enfoque en el arte y la literatura.
Walter, con su mochila al hombro y el corazón lleno de expectativas, llegó al colegio Julio Cortázar una fresca mañana de marzo. La fachada del edificio, con su arquitectura clásica y sus murales coloridos, lo recibió con una mezcla de historia y creatividad. A pesar de los nervios, sintió una chispa de emoción al pensar en las nuevas experiencias y amistades que lo esperaban.
El primer día de clases, Walter conoció a sus nuevos compañeros y profesores. Entre ellos, la profesora de Literatura, la señora Almeida, quien tenía una pasión contagiosa por las obras de Julio Cortázar y otros grandes escritores. Fue ella quien le presentó a Walter el mundo de la narrativa y la poesía, despertando en él un amor por las palabras que nunca antes había sentido.
Cada clase de Literatura se convirtió en una aventura para Walter. La señora Almeida solía llevar a sus alumnos a la biblioteca del colegio, un lugar mágico lleno de libros antiguos y estanterías que parecían llegar hasta el cielo. Allí, Walter descubrió "Rayuela" y se sumergió en el mundo surrealista y fascinante de Cortázar. Las discusiones en clase, los análisis de textos y las actividades creativas le permitieron a Walter explorar su propia voz y desarrollar una habilidad para escribir que nunca supo que tenía.
Pero no todo era literatura en el colegio Julio Cortázar. Walter también se unió al club de teatro, donde conoció a Ana y Marcos, dos compañeros con los que formaría una gran amistad. Juntos, trabajaron en varias producciones teatrales, desde clásicos hasta obras contemporáneas, aprendiendo sobre actuación, dirección y el trabajo en equipo. Las horas de ensayo, las risas y los nervios antes de cada presentación fortalecieron su vínculo y les dieron recuerdos para toda la vida.
El colegio también ofrecía una amplia gama de actividades extracurriculares, desde talleres de pintura hasta clases de música. Walter decidió probar suerte en la orquesta escolar, donde aprendió a tocar el violín. Aunque al principio sus notas eran desentonadas, con práctica y dedicación, comenzó a mejorar y encontró en la música una nueva forma de expresar sus emociones.
A lo largo de sus años en el colegio Julio Cortázar, Walter vivió momentos inolvidables: excursiones educativas, competencias intercolegiales y festivales culturales. Cada día, el colegio se convertía en un lugar donde no solo adquiría conocimientos, sino también valores y experiencias que moldearían su carácter.
Cuando llegó el momento de graduarse, Walter miró hacia atrás con gratitud. Su tiempo en el colegio Julio Cortázar había sido más que una simple educación académica; había sido una travesía personal llena de descubrimientos, amistades y crecimiento. Con su diploma en mano y la inspiración de sus profesores, especialmente de la señora Almeida, Walter se sintió preparado para enfrentar el futuro, llevando consigo la pasión por las letras y el arte que había cultivado en esos años.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.