10 de febrero de un año cualquiera
Me compraré un perro. No, mejor una botella de licor. Me la tomaré en grandes sorbos hasta embriagarme, y luego le escribiré un poema o una carta que leeré y guardaré en el cajón de las cartas malditas, las que quedan siempre en el exilio del buzón. Esta relación etílica y epistolar que tengo con tu persona debe ser un calcinoma. ¡Amo que no me lea! Tengo su cuerpo descuartizado en apuntes, en migajas de poesía, prosas y cartas: su pecho lo hice de notas, con una botella de ron; su boca la construí con un vaso de ginebra y un soneto mal copiado de Neruda; su cadera la esbocé en un mensaje de texto y un “shot” de tequila, y su pantorrilla la transcribí en unas servilletas que deshice con cerveza… ¡Te amo en grados etílicos y 27 letras! En el mundo de las letras le soy enteramente fiel. En el papel le humanizo para poder hacerle… apuntes al son de mis tragos.