Y se encendió un cigarro... Y en la primera calada su mente se fugó a otro lugar. Un lugar donde el miedo no existía. Donde el dolor había desaparecido por completo. Donde la angustia se había fugado. Donde la daga que la atravesaba no existía ya. Y en la segunda calada su mente le jugo una mala jugada. Le hizo volver a la realidad, y ahí estaba ella, temblando de miedo. Con una soga al cuello que le impedía respirar. Con una daga en el pecho que le oprimia el alma. Y en la tercera calada recordó que ya no estaba sola. Que su mundo había cambiado, que aunque el dolor, el miedo, la angustia la acompañasen, también estaba él, para protegerla. Y en la cuarta calada, cuando una lágrimas brotaba por su mejilla, la abrazaron por la espalda. Era él, y su inexplicable manera de hacerle sentir que todo va a estar bien. Y apagó el cigarrillo, y continuó hacia delante.
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