De Amor y Ángeles (esp-eng)

in voilk •  4 days ago

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    ¿Qué es el amor? se preguntaba el ángel mientras reposaba su espalda sobre una nube, acaso unos gramos más ligera que él. ¿Qué es el amor? ¿He sentido amor? ¿Cómo se sabe si tienes algo que no conoces? Perdido en sus pensamientos, no notó que la nube se hacía más pequeña mientras desaparecía en gotas de lluvia que caían a la tierra. Sin medir el tiempo, se vio precipitado hacia la superficie terrestre, pero su peso hizo de la caída algo suave y agraciado. Decidió, como no era su costumbre, dar un pequeño paseo por el mundo de los humanos.

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    Image by Ivana Tomášková from Pixabay

    A pocos pasos, se topó con un bello jardín de rosas y solo pudo preguntarse qué clase de ángeles color carmín eran.

    —¿O acaso estas rosas eran el amor del que hablaban? —Trató de acariciar uno de sus sedosos pétalos, pero solo logró dañar sus manos con las espinas. Asustado, vio cómo una extraña sustancia salía de su pálida piel y se confundía con el color de las rosas—. Quizás esto no sea amor. No me arrepiento de querer tocarte, aunque me hicieras daño, eres demasiado bella —le dijo a las rosas. Pero creyó que lo mejor sería seguir su camino. Aunque quisiera estar con las rosas, sabía que no era lo mejor, aunque no quisiera.

    En el centro del jardín encontró una gigantesca fuente de mármol blanco donde descansaba el agua, formando un espejo perfecto. Al ver su reflejo, solo pudo exclamar:

    —Eres hermoso.

    La fuente, al escuchar esto, despertó y no tardó en decir:

    —Lo sé, soy hermosa.

    —¿Hablaba? —dijo el ángel, mientras la fuente lo interrumpió:

    —Sí, lo sé, soy lo más bello del jardín. Nadie es tan perfecta como yo, nadie es tan útil como yo.

    Y comenzó a explicarle todas sus bondades. Explicaba tan bien que, de un momento a otro, el ángel quedó convencido de que no solo en el jardín, sino en todo el mundo, no existía nada tan perfecto como esa fuente.

    Adormecido por los relatos, el ángel notó que se hacía demasiado tarde para él.

    —Necesito irme —le dijo a la fuente.

    —No te vayas —le respondió—, casi nadie está tanto tiempo en mi compañía. Todos vienen por mi agua y se van.

    El ángel solo pudo responder:

    —No puedo, quiero seguir conociendo este mundo y si me quedo a tu lado solo hablarás de ti y creo que me perderé mucho del jardín.

    Dio la espalda y, con pesar, se despidió de su nueva compañía.

    —Fue un placer, fuente —le dijo a modo de despedida—, siempre te recordaré y gracias por contarme tus historias.

    Cerca de la fuente, vio un ser enorme que se perdía más allá de su vista y no paraba de correr.

    —¿Qué eres? —le gritó al río—. Eres muy veloz, ¿me cuentas tu historia?

    —No tengo tiempo, soy el río y los ríos no se detienen. Me gustaría hablar contigo, pero no hay tiempo.

    Triste por no saber si el río tenía las respuestas a sus preguntas sobre el amor, siguió su camino.

    El jardín se hacía infinito y ya los pies comenzaban a dolerle de caminar, hasta que fue interrumpido por un ser que, aunque no conocía, le resultaba familiar.

    —Hola, soy un humano. ¿Qué haces aquí? Este no es tu lugar —le dijo el ser.

    —Me caí —respondió el ángel—, aproveché para buscar las respuestas a mis preguntas sobre el amor.

    —Hace rato tienes la respuesta que buscas —le contestó el humano—. ¿Quieres ayudarme a cuidar un poco de este jardín?

    El ángel asintió y, junto al humano, limpió el río y regó las rosas con el agua de la fuente.

    —¿Por qué haces esto? —le preguntó el ángel al humano.

    —Porque lo disfruto, lo amo.

    —Gracias —dijo el ángel—, ya tengo que marcharme, gracias por todo.

    Esa noche, mientras el ángel degustaba de su típica ambrosía, la sintió más empalagosa que de costumbre, pero no le molestó en lo absoluto. Se sentía tan completo y con tantas respuestas y nuevas preguntas.

    Al día siguiente, el ángel decidió regresar al jardín. Quería ver si había algo más que pudiera aprender. Al llegar, se encontró con el humano nuevamente.

    —¡Hola de nuevo! —dijo el ángel—. ¿Puedo ayudarte otra vez?

    —Por supuesto —respondió el humano con una sonrisa—. Siempre hay algo que hacer aquí.

    Juntos, trabajaron en el jardín, cuidando cada rincón con esmero. Mientras trabajaban, el ángel no pudo evitar preguntar:

    —¿Cómo sabes tanto sobre el amor?

    El humano se detuvo un momento y miró al ángel.

    —El amor no es algo que se pueda explicar fácilmente. Es algo que se siente y se vive.

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